Anotaciones sobre lo que se aprende poniendo música en fiestas

Una fiesta es como un ser vivo, que reúne material proveniente de todos los elementos que la conforman. Si uno ha pasado suficiente tiempo en las fiestas empieza a creer en “la energía”, sin necesidad de unirse a un culto o abrazar las creencias de la Nueva Era.

Por Santiago Rivas

1. La fiesta es un espíritu vivo


Voy a tratar de explicarlo. Una fiesta es como un ser vivo, que reúne material proveniente de todos los elementos que la conforman. Si uno ha pasado suficiente tiempo en las fiestas empieza a creer en “la energía”, sin necesidad de unirse a un culto o abrazar las creencias de la Nueva Era. Si se hace bien, la fiesta puede ser sanadora, en tantos sentidos como se quiera. Si se disfruta plenamente, es una experiencia feliz que deja muchas fiestas en el futuro, esperando recoger y sembrar nuevas fiestas, y así. 

Si se utiliza para invocar lo peor de la gente, eso definitivamente va a salir. Una fiesta es como una plegaria, y un dinamizador de partículas. Acelera procesos y saca cosas de la gente; atrae favores del universo y clava dardos en el centro del alma de las personas, buenos y malos. La fiesta es un ritual de amor, pero también de solo deseo y, como suele pasar tan a menudo, de ansiedad e incluso de melancolía y nostalgia. La fiesta es, en sí misma, una droga, una sustancia extraída de toda la gente que participa en ella.

La fiesta, para quien la domina, puede ser como una témpera, un tipo de arcilla. No está 100% bajo el control de nadie, porque está viva, pero es plástica, toma muchas formas distintas y se usa de muchas formas distintas también. Está claro que, como a todes nos ha pasado alguna vez, las cosas pueden salir mal, que es una escala que, dentro de los límites habituales, va desde “mej” hasta “qué putas hago acá” o “esto es lo peor”. 

Normalmente, se sabe bien qué es lo que anda mal, un mal DJ, o un fastidioso acosador, una pelea con la pareja o una borrachera triste, un mal viaje, lo que sea. Pero no siempre es tan sencillo. A veces, todo está absolutamente dispuesto y la fiesta sale horrible. No se lo explica uno, porque todo estaba planeado al detalle, concienzudamente. A veces es esa obsesión y la misma expectativa lo que mata cualquier cosa (aplica a todas las cosas de este mundo) pero muchas veces de verdad es algo oculto o desapercibido lo que falla y luego, uno se da cuenta de qué salió mal. Viendo esto pasar muchas veces llegué a esta primera conclusión, que cada fiesta es un organismo vivo y como un organismo, puede sufrir de muchos males, algunos curables, otros fatales.

2. ¿Qué puede salir mal?

Muchas cosas pueden salir mal y dejo algunos ejemplos: obviamente, a menudo es el DJ, que tal vez tuvo un mal día, o que estaba obsesionado con una canción que en realidad no era tan bailable y todo el set empezó a parecerse a esa canción, que peleó con alguien en la fiesta o que mucha gente distinta le pidió canciones y se molestó, porque la gente puede ser muy fastidiosa, pero los DJs también; a veces, que alguno de los anfitriones trató mal a la gente contratada para servir el trago y la comida, y empezaron a hacer las cosas a las patadas; pasa también que los organizadores se fueron de ambiciosos y pusieron en la fiesta dos pistas de baile, maquinitas de Space Invaders, dos puestos de comida, cuatro recreacionistas, un campo de paint ball y dos experiencias con peyote, y solo tenían 50 invitados, que ahora no saben cómo hacer para que vayan todos al tiempo a la pista de baile. 

¿En qué se parecen todos los casos? Alguien no la está pasando bien y ese disgusto, ese sufrimiento, acaba con la fiesta rápidamente. Menos es más, y todo se debe solucionar con alegría. De hecho, está al comienzo de la lista, porque no vale la pena obsesionarse con esas cosas que se salen de nuestro control, finalmente la ansiedad es la que acaba dañando las mejores fiestas e incluso en el peor escenario, puede uno divertirse, lo que me lleva al siguiente punto.

3. Todas las fiestas son distintas

Este aprendizaje, sobre todo, para quienes recurrimos en las fiestas, sea como organizadores, managers, socios, anfitriones y, por supuesto, diyeis o selectores. La dificultad y la gracia de hacer fiestas es que no salen siempre iguales. Uno puede hacerlas parecidas, pero jamás idénticas.

Sobre todo, esta parte para mi gremio fiestero, los ponedores de música. Uno puede poner la misma lista de canciones, en el mismo orden, y la cosa va a salir distinta. No existe una fórmula, ni un set infalible; no hay canción tan buena que aguante sonar en demasiadas fiestas consecutivas y aún así el número de “demasiadas” es exclusivo de cada canción. Y ojo, que uno se vuelve sumamente repetitivo. Yo tengo un amigo que a punta de ir a mis fiestas, sabe perfectamente mis mañas y le agradezco en el alma que igual sepa disfrutar, porque eso se vuelve cargoso para cualquiera. Sobre todo para uno, porque nadie o casi nadie va a verlo a uno poner música todas las veces sin falta, pero uno mismo, que es su más feroz crítico, sabe y recuerda; no tiene nada de malo tener zonas de confort, pero la repetidera hace que se pierda el gusto.

Entonces cada fiesta es distinta, pero hay que esforzarse por hacerla distinta.

4. Poner música no es cuestión de oír buena música

Ni siquiera de oír bien música. No basta con conocer mucha música, ni conocerse el sonido que tiene, qué canciones le siguen mejor, en qué tempo, con qué efectos. No basta tener el mejor gusto musical, el más refinado ni el más ecléctico, aunque ayude. Poner música depende más de la atención que uno ponga que de la que le pongan a uno.

Para esto, hay que remitirse al punto uno: la fiesta es un ser vivo, es un alma y una materia plástica. Cuando uno está al mando de la fiesta, lo que uno trae consigo importa solo parcialmente y por eso es importante conectarlo con todo el resto de la gente. Es imposible complacer a todo el mundo y tampoco es necesario, pero hay que poner atención. No es solo escuchar o mirar, requiere de disponer todo en ello, el tacto, la intuición, el sexto sentido, el radar, llámenlo como quieran. Sé que sueno como un entrenador de Rocky Balboa, o como un orador de autoayuda, pero nunca antes había tenido que ponerlo en palabras mirar. 

A veces es una persona, a veces es un grupo de personas, a veces es un sonido, el de la aprobación o el de la euforia, lo que le dice a uno que va bien. No puede poner música quien solo se oye a sí mismo, eso es como si a uno le dan una tarima para hacerse la paja en frente de la gente. Nadie quiere eso, ni uno, pero muy a menudo pasa, afortunadamente en el sentido metafórico del DJ narciso que se dedica a poner las mejores piezas de su colección y no las mejores para la ocasión. No hay indignidad en darle gusto a la gente, todo lo contrario. Que haya personas intensas que quieren su canción y nada más ya es un gaje del oficio, hay que sonreír, disfrutar y conectarse.

¿Quiere decir esto que uno tiene que poner canciones que no le gusten? Solo a veces, y muy pocas veces. Lo que la gente pide no tiene una forma definida, ni toda la gente pide una canción específicamente. Hay que conocer bien el rango de lo que implica un pedido de este estilo, si es música más suave o más fuerte, si la gente pide simplemente una emoción distinta y uno debe saber qué emoción quiere proponer o si la gente quiere un cambio rotundo de música y uno también debe de ser capaz, dentro de los límites del propio disfrute. Nada de nervios, porque son los peores consejeros. Por eso es tan importante para mí el siguiente punto.

5. El warm up

No hay fiesta sin calentamiento. La fiesta es un tipo de relación, muchas veces libre de contacto, pero nunca libre de comunión y esas relaciones, como todas, requieren de un arranque. Calentar es fundamental, y quien lo haga (cuando yo pongo música me gusta ser yo mismo) debe estar consciente de ello. Me sorprende la cantidad de DJs que, a medida que ganan nombre, van huyendo del warm up, que, si se aprende a disfrutar, puede ser la parte más importante de la fiesta, como los cimientos son la parte más importante de un edificio, aunque no sean todo. 

Si algo, es el momento perfecto para poner las cosas y los grupos que a uno le gustan, pero no está muy seguro de que funcionen, o canciones que recién uno está conociendo y no sabe bien dónde encajar, o poner esas canciones y ritmos que mejor encajan en el warm up. La propuesta, las canciones que uno tiene por agüero, que solo uno disfruta o que quiere darle a conocer a quienes arrancan junto a uno en las primeras horas, las cosas que no se bailan igual harán bailar unas horas después, porque la gente necesita calentar. Yo escribo esto en Bogotá y eso lo hace doblemente cierto, pero en tierras más templadas, como Medellín o Manizales, es triplemente cierto, porque allá ponen sillas y mesas en la pista de baile de todos los bares y la gente (los hombres, realmente) tienen que emborracharse sentados antes de atreverse a bailar. No hay que juzgar, hay que calentar. No existe buen sexo sin juego previo, no hay buena fiesta sin un buen calentamiento. Es exactamente lo mismo.

6. Cualquier cosa entra, si se lo sabe meter

Disculpen la frase de doble sentido, pero creo que acá, ya que hablamos de calentar, cabe. No hay que temer a ninguna canción. A veces uno se encapricha, o la gente se obsesiona. Hay canciones que uno no entiende por qué gustan, pero la gente quiere oírlas y no pegan con ninguna sucesión de ritmos previa. Mi mejor ejemplo es “Hey”, de Pixies. Entiéndanme bien, por favor. Yo amo esa canción y es mi banda favorita de todos los tiempos, pero no entiendo por qué la gente querría bailarla. Sin embargo, desde hace años se pone en bares de todo tipo y la gente se pone feliz y la baila. Yo también, obvio.

De esa misma manera, he podido poner canciones inverosímiles: trazando una curva o dándoles un momento. Cuando un DJ o selector pone “Hey” es simplemente porque quiere cortar el ritmo, para poner otra cosa. Funciona, porque a la gente le gusta y de la misma forma puede hacerse un giro irónico, un “feliz cumpleaños”, una canción que sea un recuerdo compartido o alguna de la lista de solicitudes de los novios que no cabía en ningún otro lado. Siempre que uno determine bien el momento en el que va a poner tal o cual canción y labre el camino hasta allá, puede ponerse. Si no funciona, siempre se puede parar y arrancar con otra, pero arrancar de nuevo siempre requiere de trabajo. Si uno se equivocó, para seguir con las analogías sexuales, debe tomarse su tiempo y disfrutar la rectificación, de lo contrario eso nunca volverá a funcionar, lo que me arroja directo al siguiente número.

7. Mejor mil veces bailar que no bailar

Este es un consejo para los diyeis y selectores de ayer, hoy y mañana. Por favor bailen. Yo pertenezco a una generación que vio a ponedores de música muy buenos y talentosos, que por alguna razón, no bailaban cuando ponían música. Nunca entendí esa mierdaza. Yo entiendo la timidez, entiendo los nervios, la cabeza de quien tiene que hacer una mezcla, pero me parece inverosímil que alguien trabaje poniendo música y no se sienta ni siquiera tentado a bailar cuando la oye. Es como si un chef hiciera el feo a los platos que prepara ¿Se imaginan eso?¿lo comerían? Entonces bailen.

8. Se puede hacer fiesta con distintas emociones

Es normal que la gente quiera celebrar emociones positivas, como la satisfacción de lograr cosas en la vida, el hecho de estar vivos, el amor, la derrota de Rodolfo Hernández y el uribismo en las elecciones, un aumento de sueldo o lo que sea, pero la verdad es que no son las únicas que caben dentro de una fiesta.

Es bien conocido que los gitanos entierran a los suyos y convierten los funerales en fiestas. Nadie está menos triste por la pérdida de lo que estaban antes, pero esa es su forma de homenajear a quien se va y es igual de válida. Yo he puesto música en entierros y no se han convertido en fiestas, simplemente me he propuesto hacer que la gente sobrelleve la tristeza y se sienta acompañada y esa es la medida de la satisfacción, ninguna otra. Y de ahí en adelante hay muchas fiestas. Lo digo, para que aprendamos a disfrutar de las emociones en su inmensa complejidad y diversidad, no solamente buscando esas que aparentemente son las positivas, en detrimento de muchas otras que son sanas. Cuando festejamos la ansiedad, enviamos al centro del universo un mensaje que nos trae ansiedad de vuelta. Cuando entendemos que estamos ansiosos y buscamos en la fiesta una manera de tramitarla, es otra cosa muy distinta. Suena distinto, se siente distinto ¿Les parezco al mismo tiempo un hippie insoportable y un estafador? Hagan la prueba: las fiestas son un mecanismo de gestión emocional, como lo es cualquier otra relación entre dos o más personas. Por eso…

9. Las mejores fiestas son las de casa

Y cuando no pueden ser en la casa de uno, al menos lo son las que más se parezcan a una fiesta de casa. Al menos, esa es mi teoría. Claro que es bueno ir a ver un buen DJ con un set consolidado o uno que haga mezclas únicas, pero la clave siempre será la comodidad. Cualquier música es mejor cuando uno está oyéndola como en la sala de su casa. Mucho de eso tiene que ver con qué tan estirado, excluyente, antipático o simplemente pirobo es el sitio al que se entra, pero también en cómo se lo tome uno. Es exactamente lo mismo que ir a comer. Si uno no va a un sitio porque le guste la comida, sino para que lo vean comiendo allá, la experiencia muy probablemente resultará negativa; si uno va a un sitio donde le encanta la comida, pero le da vergüenza comérsela, igual.

En una fiesta de casa uno baila como si nadie lo estuviera mirando, no tiene miedo de entrar al baño, sabe que puede irse cuando quiera, siente que la gente en general es confiable aunque no sea toda conocida, no le da susto ni vergüenza preguntar dónde está qué, sabe que las puertas están abiertas. Las fiestas, por sofisticadas que sean, deberían tender siempre a sentirse de esa manera, para que la siguiente y la siguiente y la siguiente sean así, para jugar de local, incluso entre completos desconocidos, porque la confianza es comodidad y libertad. ¡Que viva la fiesta!

 

 

 

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