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A LA CARTA

No hay emociones buenas ni malas, todas son válidas (incluso Ansiedad)

  Por: Laura Chaves   A propósito de la nueva entrega de Pixar y su protagonista, la ansiedad, hablamos con una psicóloga de lo importante que es dejar de catalogar a esta emoción como algo negativo    Junio es un buen mes para cuestionarse los binarismos con los que se suele leer e interpretar la vida y no está demás hacer el ejercicio con lo emocional. Incluso cuando se trata de emociones, se suele catalogar bajo la lupa de lo bueno o lo malo, pero según la psicología y la primera entrega de Intensamente… no, no hay emociones malas.    Hace 10 años se estrenó esa película animada que supo explicar cómo el “positivismo” puede llegar a ser tóxico, que el “tranqui, no te sientas mal” no es la solución para alguien que experimenta esta emoción llamada tristeza (o para alguien con depresión) y que recordó la importancia de todas las emociones, que para ese entonces, se reducían en Alegría, Tristeza, Miedo, Furia y Desagrado.   10 años después Pixar sabe que la audiencia original de Intensamente creció y apunta a un público diverso y más maduro, por lo que sube al bus a emociones más complejas; Vergüenza, Aburrimiento, Envidia y la estrella del reparto… Ansiedad. La ansiedad hace parte del vocabulario cotidiano de las personas, si no lo creen, díganselo a la famosa frase “tengo antojo de algo dulce, pero solo es ansiedad” y, aunque otrxs solo conocen a la ansiedad desde el trastorno diagnosticado, cabe recordar que sí, la ansiedad es una emoción y para entender un poco más sobre las diferencias de la emoción, el trastorno y por qué es importante abordar y conocer la ansiedad desde pequeñxs o hablar de ella con una audiencia infantil; hablamos con Paula Quimbay, Psicóloga clínica de tusicólogo.    Empecemos por estar claros, según Quimbay “la ansiedad es una emoción que tiene como función prepararnos para alguna situación que puede llegar a ser peligrosa en el futuro”.    Ahora, ella explica que estas emociones pueden desembocar en un trastorno cuando “las emociones se presentan en algún polo de duración, frecuencia e intensidad” y hace énfasis en que la ansiedad puede llegar a afectar que hagamos o dejemos de hacer cosas en nuestra cotidianidad “porque está en alguno de estos polos, lo estamos sintiendo de una manera muy intensa, se está presentando de una manera muy frecuente o su duración es muy extensa”.   De lo que se aprendió en la primer entrega de Intensamente “Todas las emociones son válidas”.   “Las emociones no son malas ni buenas, todo depende de la función que va a tener la emoción, finalmente, la emoción es una respuesta física que está fuera de nuestro control”, Quimbay explica que juzgar una emoción puede llevar a que la gestionemos de manera  equivocada “si decimos que una emoción es mala quiere decir qué hay algo que debemos arreglar o quitar” y lo más importante para gestionar la emociones de manera correcta es darles su espacio, pues ella resalta que “cuando evitamos sentir la emoción, lo que hacemos, al final, es amplificarla”, en efecto, lo que dejó Intensamente 1 tiene sentido.  La importancia de abrazar las emociones desde pequeñxs (incluso si es ansiedad o envidia)    Cuando se habla de lo que desencadena a la ansiedad como trastorno no hay una respuesta en concreto porque es multicausal, es decir, muchas cosas pueden desencadenarla y aquí es cuando viene lo realmente interesante: la importancia de hablar de esta emoción a temprana edad, pues la gestión de esta emoción, en su mayoría, “parte de lo que aprendes a lo largo de tu vida, de lo que aprendes con las personas que creciste, de ver cómo manejan y regulan su ansiedad… o del aprendizaje tras una experiencia significativa”, dice la profesional de Tusicólogo.com, quien además añade que “si desde pequeño entiendes que darle espacio a ciertas emociones es normal, seguramente cuando grande va a ser mucho más fácil regular o estar con ellas”.   En todo caso, como se logró con Ansiedad, vale la pena revisar otras emociones como la envidia o los celos que se suelen estigmatizar y negar dentro de lo que se admite como “políticamente correcto”. Finalmente, todas son emociones y merecen tener espacio en conversaciones, ser validadas y sobre todo, ser abrazadas. 

¿Qué pasa cuando la triangulación amorosa más que infidelidad se vuelve manipulación?

Triangulación amorosa. Película Challengers. Un vistazo desde la psicología al nuevo triángulo amoroso que Challengers pone en la pantalla grande Por: Laura Chaves. Warner Bros ha dejado claro que el marketing es lo suyo. El año pasado polarizaron al mundo y al cine con dos películas bajo su misma producción, posicionando a dos actores, Margot Robbie y Cilian Murphy (por si quedaban dudas) como íconos del pop. De todas formas, la productora ya tenía que formar otro tema de conversación, por eso abrieron mayo con Challengers cumpliendo la promesa de que a cada Mary Jane le llega su película de tenis después (referencia solo para conocedores de Spider-Man). Zendaya iba a ser la protagonista de un largometraje provocativo en donde probablemente habría mucho sex0 y un trío.   Sin embargo​, más que un trío, nos dieron un triángulo bien intenso entre el deseo, la dependencia y el narcisismo que toma vida a través de ​​Tashi (Zendaya) una promesa del tenis femenino, Art (Mike Faist) y Patrick Zweig (Josh O’connor) ambos, amigos y tenistas. La tripleta que jode al amor: narcisismo, dependencia y deseo    No es nada nuevo un triángulo amoroso en el cine (que se reporten los team Edward y los team Jacob). Así como no es es nada nueva la conversación sobre el narcisismo… Instagram y las plataformas de podcasts están llenas de de ​discursos, “información” o testimonios sobre qué es y el daño que causa una relación o vínculo con el narcisismo, de ahí que palabras como gaslighting o mansplaining parezcan vocabulario de la cultura pop (solo basta con escuchar par de canciones de Taylor para darse cuenta).   Aunque, poco se ha hablado de la triangulación amorosa como técnica de manipulación y Challengers lo pone sobre la mesa.   Desiré​​e Llamas psicóloga, investigadora y docente de la Universidad de Málaga, para un artículo de El País, explica que la triangulación amorosa se da cuando una persona en una relación “estable” busca un tercero para obtener validación, afecto  o para cambiar cosas de su relación principal. En este artículo, también hablan de los roles que se suponen aparecen en las triangulaciones (manipulador, colaborador y víctima), roles que finalmente, se pueden estar alternando entre los involucrados.   Básicamente, Challengers narra la historia de una triangulación amorosa. Para entender más los perfiles de este triángulo, hablamos con la Psicóloga Clínica​ de Tusicólogo, Paula Quimbay, quien deja claro que el narcisismo​ es un trastorno, más​ sin embargo, pueden haber personas que no padecen del trastorno y tengan rasgos de personalidad narcisista, rasgos que ubican a la persona que los tiene como alguien que se ve a sí misma por encima de los demás, llevándola a empatizar poco con otros, a ser evitativa o a relacionarse con personas que les refuercen su status (como aquellas que tienen problemas de dependencia emocional). La historia del filme no deja de apuntar a Tashi como la “manipuladora” principal o el personaje al que es más fácil leer bajo rasgos de personalidad narcisista. “Ella tiene que ser siempre la mejor y por eso no acepta que Art pierda porque eso hablaría del trabajo de ella​” afirma Quimbay.    Pero ¿Cómo un narci​sista se sale con la suya? Por la dependencia emocional que puede generar su vínculo con personas que, usualmente tienen baja autoestima, permitiendo así, que pasen por encima de ellas.    Hablando de la película, Quimbay dice “lo que hace que Tashi elija a Art es que él​​ es quien refuerza su estatus, a diferencia de Patrick quien no siempre le llevó la idea” (poniendo a Art como esa persona con dependencia emocional que siempre estuvo en función de lo que Tashi quisiera).   El narcisismo y la dependencia son las bases para entender cómo funcionan estos personajes, pero esta tripleta no estaría completa sin el deseo. El motor de esta triangulación nunca fue el amor sino​ el deseo del ego.    Entiéndase al ego, según Quimbay, como: el estatus que se autoproclaman las personas. Ahora,  entiéndase al deseo, según lo que Eial Moldavsky explica en uno de los videos de Filosofía en un minuto (basado en una teoría de​ Diana Sperling), como: “Esa motivación en una vida en donde no hay metas, ni objetivos claros; un impulso que, de cumplirse,  dejaría un vacío y que igual no existe sin el vacío mismo, es decir, el deseo es ese motor que surge del vacío, pero que si se cumple generaría otro vacío que, a su vez, llevaría a otro deseo, haciéndolo algo, prácticamente​​ inalcanzable”.   Esta combinación hace que estos tres personajes, a los que difícilmente podemos etiquetar en roles específicos, nos sumerjan en un círculo vicioso en donde se jodió el amor ¿o no?.

¿Cigarrillo, vapeador, calentador de tabaco? ¿Qué es toda esta vaina?

que es un cigarrillo electrónico Si usted es una de esas personas que fuma, es hora de dejarlo, siempre es lo mejor. Pero si es de aquellos que continúa haciéndolo, hoy existen mejores alternativas. Si es una de esas personas melas que le gusta informarse antes de tomar decisiones, quédese, llegó al mejor artículo mi pez 🐠 Vaya sabiéndolo de entrada: el cigarrillo y las nuevas alternativas sí son DIFERENTES. Entendámoslo bien 🙂

Vapear no es lo mismo que fumar.

Ni tampoco un cigarrillo electrónico o vapeador es lo mismo que un dispositivo de calentamiento de tabaco. Existe mucha desinformación alrededor de este tema y, de hecho, está causando una gran confusión entre el parche, de allí este artículo.

¿Cuál es la diferencia entre un cigarrillo electrónico, un vapeador y un dispositivo de calentamiento de tabaco?

Empecemos.

¿Qué es y cómo funciona un dispositivo de calentamiento de tabaco?

Es un dispositivo usado como alternativa para los adultos que fuman – es decir, es sólo para fumadores adultos. No para menores, no para gente que no fuma-. La diferencia con un cigarrillo es que en vez de quemar el tabaco 🔥 LO CALIENTA. Al NO QUEMAR, no hay combustión y, en consecuencia, reduce sustancialmente el número de químicos nocivos en comparación con el cigarrillo. Y gente, que no se les olvide: la causa principal de las enfermedades asociadas al cigarrillo es los miles de sustancias químicas dañinas que se producen por la quema y que se encuentran en el humo.

¿Será este el final del cigarro?

Puede que sí. El tema es que estos dispositivos son diferentes a los cigarrillos tradicionales, su única similitud está en que ambos utilizan tabaco natural. Cabe aclarar que es un dispositivo que suministra nicotina y, por lo tanto, no está exento de riesgos 🙁

Diferencia entre cigarrillo electrónico y vaper¿Qué es un cigarrillo electrónico o vaper?

Sabemos que confundimos los cigarrillos electrónicos con los vapers, pero tranquis … Tengan claro que un cigarrillo electrónico es exactamente lo mismo que un vapeador. Un cigarrillo electrónico no contiene tabaco. En lugar de esto, calienta un líquido con o sin nicotina – dependiendo el producto- que, en vez de producir humo, produce un aerosol o vapor. Hay que tener en cuenta que algunos de estos cigarrillos electrónicos sí suministran nicotina de forma constante, sin embargo, es una experiencia totalmente diferente a la de un cigarrillo. Pa’ ver, volvamos: Los vapeadores y los dispositivos de calentamiento de tabaco tienen una diferencia ENORME con los cigarrillos: no queman tabaco, no generan combustión y por lo tanto, no generan humo.

REPASO MATEMÁTICO:

  • Vapear ≠ Fumar
  • Vaper = Cigarrillo electrónico
  • Vapeador y dispositivo de calentamiento de tabaco NO queman el tabaco.
Lo que sí tienen en común las diferentes variaciones de los cigarrillos electrónicos son sus componentes:
  • Contienen una batería.
  • Una fuente de calor que convierte el líquido en vapor.
  • Un cartucho que contiene el e-liquid.
  • Una boquilla para vapear.
Que es un calentador de tabaco

¿Cuáles son los riesgos de vapear o de usar un dispositivo de calentamiento de tabaco?

Ambos entregan nicotina, una sustancia que no está libre de riesgos y que es ADICTIVA. Y acá es donde está el ‘cabezazo” de este tema. Un fumador se expone a la forma más riesgosa de consumir nicotina: el cigarrillo. El NO fumador no se expone a nada porque – obvio, no fuma, ¡a ver! Por esto, estas alternativas son solo una mejor opción para para el que fuma cigarrillo. SECCIÓN ÑOÑA PERO NECESARIA Por otro lado, existen pruebas – no se necesita doctorado para entenderlas. Acá se las dejo: 👉🏻 acá–  que aseguran que existe evidencia de certeza alta de que los cigarrillos electrónicos con nicotina aumentan las tasas de abandono (de cigarrillos) en comparación con el uso del tratamiento de reemplazo de nicotina. 

¿Será este el final del cigarrillo? ¿Pasará el cigarro al olvido?

Difícil saberlo, entre gustos no hay disgustos, aunque con sinceridad, ojalá sí lleguemos a eso. Dejen el cigarrillo en un vago recuerdo de ceniza, humo y olores malucos. Y si no lo dejan, por lo menos analicen una mejor alternativa. Ah! Y recuerden que el exceso de humo es perjudicial para la salud 🙂 chau.   *Entre Coltabaco y TLR existen acuerdos comerciales con el fin de publicar este contenido. Esto no compromete la autonomía editorial del medio.    

“No necesitamos que nos toleren, necesitamos que nos respeten”

  Guía práctica para respetar a les LGBTIQ+ y no morir en el intento. Por: Leonel Gualteros.   Antes de instruirse para adquirir su título de persona simpatizante con la comunidad LGBTIQ+, les regalo una afirmación que aprendí hace varios años: “Me amo y me acepto tal como soy. Soy un ser maravilloso y extraordinario. Puedo hacer todo lo que yo quiera, siempre y cuando no le haga daño a nadie”. Primero que todo amigxs, no existe un Manual de Carreño sobre las normas que toda persona no LGBTIQ+ deba cumplir; es más, no existe una forma estricta en la que deben tratar a una persona LGBTIQ+. Es sencillo (como todo en la vida) no digan disparates. Si su mente lo dudó en algún momento, guárdense el comentario u opinión sobre las demás personas, esto es una regla básica para sobrevivir en cualquier contexto*… y que gracias. *Ante la duda, abstenerse. A continuación dejaré un listado de acciones que les ayudarán a ser simpatizante LGBTIQ+ y no morir en el intento, y no es que quiera adoctrinarles, ni mucho menos convertirles (como nos dicen muchxs por ahí), simplemente quiero abrazarles y decirles que todo bien, pero no me mamo más sus discriminaciones:   Queridxs amigxs, no tienen que “salir del closet”, eso ya pasó de moda. Simplemente encarguense de vivir libres y en paz, lo que nazca de sus corazones.    
  1. No vayan por la vida diciendo: “Yo soy hetero pero tolero a los gays… incluso tengo amigos así”.
         2. Tampoco se crean superiores por su masculinidad o feminidad extrema, recuerden que las maricas vivimos felices de expresar ambas energías, sin necesidad de cumplir estándares sociales.           3. No juzguen la rareza que ven en lxs otrxs sin antes preguntarse: “¿Qué hay en esa persona que he reprimido en mí toda la vida?”.          4. Disfruten todos los días la posibilidad de habitar un mundo moderno y “evolucionado” en el que pueden establecer vínculos con comunidades/minorías que han luchado por años para que                    exista una equidad; que incluso han ayudado a que ustedes mismxs tengan algunos de los derechos que tienen ahora.         5. En el universo de las orientaciones sexuales no hay una norma que les obligue a decidir una sola letra (eso es para el abecedario). Disfruten el placer de decir: “Soy una mujer heterosexual y                  tengo sexo con otras mujeres” (Si para ustedes eso no les hace bi o gays, don´t worry darling, it’s ok).        6. Dejen que todos, todas y todes hagan con su vida lo que les plazca, siempre y cuando no estén haciendo daño a otrxs. Nacimos en un mundo libre, ¿quiénes son para cohibir la esencia de                       alguien?        7.Que el amor mueve montañas e invada sus vidas de colores, felicidad y una energía movilizadora para alcanzar lo que siempre soñaron; si en medio de eso pueden ayudar a otrxs, ¡no duden en             hacerlo!        8.Abracen la diferencia. Que su único propósito sea abrazarse y abrazar a lxs demás desde el amor. ¡Si nos unimos, logramos crear una sociedad “maravillosa”!      9. Por último: ¡No TIENEN QUE seguir estas recomendaciones! No queremos llenarnos de simpatizantes, no queremos que nos toleren, simplemente queremos habitar el mundo con personas                 que son felices viendo a otros serlo… Vivan una vida libre de estereotipos, llenen de amor cada espacio en el que se encuentren, así sea un poco, y sobre todas las cosas: ¡QUE NADIE LES DIGA            QUÉ HACER CON ALGO QUE VIENE DEL FONDO DE SU ALMA!  *Inserte aquí testimonio de vida* Después de 28 años de ser una persona LGTBIQ+ puedo decir con total tranquilidad: No hay nada mejor en la vida que no tener que decirle al mundo que eres A, B, C, D, L, G, T, B, I, Q, +. Si te hace feliz decirlo o buscar un espacio en el cual cobijarte…adelante. Sino, bienvenidxs al siglo XXI, a nadie le importa lo que hagas & let it be! Que todos los meses del año sean PRIDE, que todxs podamos habitar un mundo diverso, inclusivo y en paz. ¡Bienvenidxs todxs a esta comunidad que todo lo puede en el arcoíris que la fortalece! Y recuerden, no sigan un manual para nada, solo sean ustedes aquí y en Capurganá. 

¿Por qué tener ídolxs podría ser una mala idea?

Por: Mariana Ordoñez    Para nadie es un secreto: desde pequeñxs nos enseñaron que la fama y la popularidad estaban relacionadas a grandes personajes cuya vida era de ensueño. En un mundo marcado por personalidades de Disney y Hollywood, en donde las princesas excluidas (siempre perfectas, siempre intactas) necesitaban ser salvadas por el héroe (el príncipe, la estrella), nos hicieron creer a lxs mortales que sus características estaban relacionadas de alguna u otra manera a la vida común y ordinaria, esa que casi todxs vivimos.    Así pues, personajes ordinarios se convertían en algo extraordinario e insólito, cargando siempre una que otra marca de “normalidad” que los hiciera siempre cercanos a nosotrxs. Desde Superman y Alicia en el país de las maravillas, hasta Marilyn Monroe o Elvis Presley, personajes ficticios y reales dejaban cada vez más de ser seres inalcanzables para convertirse en personas de carne y hueso.    La palabra “ídolo” es descrita por la Real Academia Española (RAE) como “imagen de una deidad objeto de culto” y “persona o cosa amada o admirada con exaltación”. ¿De dónde viene esa necesidad de deificar a ciertos personajes para alabarlos colectivamente? ¿Acaso es inherente al ser humano anhelar estándares de perfección? ¿Qué tanto tienen nuestrxs ídolxs para que se conviertan en figuras intocables?    De la cultura fan a lxs ídolxs caídxs    Sin lugar a dudas, para que existan ídolxs deben existir personas que idolatren. Y es aquí donde entra la cultura fan. El sociólogo John Brookshire Thompson explica cómo el fenómeno fan debe tenerse en cuenta como un hecho social surgido en contextos cotidianos en donde diferentes personas pueden experimentar de manera pasional u obsesiva sus aficiones. Todxs podemos ser fans en algún momento de la vida y, asimismo, organizar nuestra existencia según el seguimiento habitual de aquellas aficiones como: una banda, un equipo de fútbol y un actor o actriz de cine.  El punto está en que, según Thompson, el acto de ser fan se basa precisamente en “relaciones de familiaridad no recíprocas con personajes famosos”.      Según distintos estudios, la mayoría de personas solemos experimentar el “ser fans” como una etapa durante la adolescencia, en donde a través de una búsqueda constante de la formación del “yo” y la necesidad de re-afirmar nuestra individualidad, podemos llegar a convertir a nuestrxs ídolxs en referentes directamente relacionados a nuestro aspecto y personalidad.    Asimismo, los fans son personas que hacen una lectura e interpretación propia de ciertos relatos dentro de diferentes industrias; lectura que permea de manera significativa su cotidianidad y, a la vez, su forma de ver el mundo. ¿Qué pasa entonces cuando aquellos personajes idolatrados cometen un error e incluso, peor aún, un delito? ¿Qué tanto podemos como fanáticxs o espectadores separar al autor de su obra en estos casos?    A mediados de 1993, Michael Jackson fue investigado por el delito de abus0 s3xu4l. En el año 2005, el escándalo se destapó de nuevo debido a la historia de un niño de 13 años. Sin embargo, el caso se ‘resolvió’ fuera de los tribunales. En 2019, salió a la luz el documental Leaving Neverland, en el que Wade Robson y James Safechuck afirman haber sido víctimas de abus0 por parte del artista durante siete y cinco años en la década de los 90. Miles de personas alrededor del mundo cancelaron de manera explícita a Jackson dentro de las redes sociales, esperando que el escándalo afectara las ventas de su música. Para sorpresa de muchxs, y según la firma Nielsen Music, pocos días después del estreno del documental, las ventas de sus álbumes aumentaron en un 10%. A su vez, las reproducciones de sus videos un 6%.    Otro caso que desató millones de conversaciones es el de Woody Allen. En el año 2021, se publicó en HBO el documental Allen v. Farrow en donde su hija adoptiva afirmó haber sido abus4d4 s3xu4lmente el 4 de agosto de 1992, cuando tenía tan solo 7 años. Además, a comienzos de 1992, bastantes fanáticos de Allen se encontraban en debate debido a la historia de Farrow, en donde contaba que al entrar al apartamento de Allen para recoger un abrigo encontró una serie de desnudos Polaroid de su hija adoptiva Soon-Yi quien, para ese entonces, tenía solo 21 años. Allen tenía 56. En 1997, para sorpresa de muchxs, el cineasta se casó con su hijastra adoptiva Soon-Yi, para luego adoptar dos hijos a su lado. ¿Cómo alegar frente a quienes decidieron cancelarlo?   Y cómo no mencionar al ‘Cacique de la Junta’, Diomedes Díaz, quien ha sido considerado un Dios por miles de fanáticos, de generación en generación alrededor de todo Colombia. El 15 de mayo de 1997 el cantante abus0 s3xu4lment3 y as3sin0 a Doris Adriana Niño, una joven de 27 años cuyo caso jamás fue nombrado en la época por los medios de comunicación y su recuerdo se lo llevó el viento. Por el contrario, la imagen de Diomedes permanece intacta en estatuas, estampillas y hasta escapularios como si fuera un Santo. Y ni hablar de las más de 4.000 personas que utilizaron el número de su tumba para ganar la lotería, y de los ‘diomedistas’ que aún en el presente le rinden culto y homenaje a su partida.    A lo largo de los años se han esparcido miles de noticias como estas respecto a grandes personalidades que han cometido injusticias, actos ilícitos e incluso crímenes. La frase “se me cayó un ídolo” se convierte en una nueva tendencia y pareciese dejar ver la realidad de las cosas: no es que antes lxs ídolxs fueran de alguna manera “más íntegrxs” que ahora. Es que, como individuxs, quizás optamos por cuestionar cada vez más aquellas personalidades que están detrás de la pantalla. Porque, aunque aún hoy en día sigamos anhelando la vida de miles de influencers, actores, músicxs y grandes personalidades, sabemos anclar de una u otra forma la realidad a nuestra cotidianidad. Tener ídolxs se convierte en un despropósito para muchxs. Quizá porque los ideales de éxito ya no se traducen en dinero, fama y popularidad; tal vez las nuevas generaciones entiendan la felicidad como sinónimo de estabilidad emocional, salud y tranquilidad. 

¿Por qué fracasar es una forma de éxito?

  Por: Mariana Ordoñez    Desde pequeñxs a muchxs nos enseñaron que cada una de las etapas de nuestra vida debe ser exitosa: el matrimonio, el tener hijxs, terminar la universidad, poseer bienes materiales, el reconocimiento, la adaptabilidad a las redes sociales, la salud mental y un millón de cosas más son sinónimo de triunfo. Nuestro mayor miedo como seres humanxs es el fracaso, y el esconder cada una de las metas no logradas solo refleja la necesidad que tenemos de ser suficientes para lxs demás.    La palabra éxito viene del latín “éxitus” que significa: salida, fin, término. Quizá nos hemos equivocado al pensar que solo cuando demos por terminado un objetivo, y alcancemos el éxito, seremos verdaderamente libres. ¿Lo importante es el fin? ¿Dónde queda la fascinación por el recorrido? ¿Para qué queremos lo que queremos?   Si nos detenemos a pensar por un momento en algo que deseamos mucho como, por ejemplo, tener una relación amorosa, podríamos responder que la queremos porque preferimos estar acompañadxs que en soledad. Pero, si vamos un poco más allá, también podríamos responder que queremos a alguien para sentirnos amadxs, protegidxs, apoyadxs e incluso validadxs.    Y ahí está el punto: no es alcanzar la meta lo que realmente deseamos, sino la emoción que eso nos produce. En este caso, podría ser común escuchar un “sólo hasta que encuentre a alguien, seré feliz y me sentiré realizadx”. Pero la realidad es que pasamos nuestros días esperando a que algo en el exterior cambie, a que ese objetivo que tanto anhelamos suceda, solo para sentirnos como lo deseamos. Nos cuesta amar la vida tal cual como se nos presenta.    El miedo como mecanismo de defensa   Según los estudios, el cerebro suele centrarse más en lo negativo por supervivencia. Asimismo, genera anticipaciones negativas y se enfoca en situaciones infortunadas del pasado para poder protegerse del mundo exterior y futuras experiencias. Muchas veces nos es imposible alcanzar el bienestar porque no fuimos educadxs para ser felices y, a su vez, porque la mente suele posarse en aquello que nos falta y no en lo que ya tenemos. El cerebro se encarga entonces de mantenernos vivxs y de cubrirnxs frente a las amenazas, pero la tarea consciente de proyectarnos de manera sana y de recurrir a pensamientos positivos en el día a día depende enteramente de nosotrxs mismxs.    La psicología define que el miedo al fracaso está condicionado principalmente por tres factores: 
  • La interpretación que tenemos de las situaciones. 
  • La anticipación de las consecuencias. 
  • La valoración que creamos de nosotrxs mismxs a partir de las metas realizadas (o no realizadas). 
  El éxito o el fracaso se convierten en una definición, en una forma de clasificarnos a nosotrxs o a lxs demás. Pero entonces, ¿quién define lo que es un fracaso? Nos cuesta tanto entender que fracasar no es igual a cometer errores. Que la vida es un constante ensayo-error con sus distintas aristas y que la belleza de la imperfección también nos impulsa hacia adelante, que los errores también son escalones, que no está mal si nuestro camino se labra al dar un paso adelante y dos hacia atrás. ¿No podría entonces el fracaso convertirse en una nueva posibilidad, en una forma de éxito?    La sociedad se ha encargado de medirnos a todxs con la misma vara, y la cosa se complica en el momento en que decidimos creer que así debe ser. ¿Dónde quedan los contextos sociales de los que formamos parte tanto como individuos como en colectivo? El discurso del éxito no debería llevarse igual para cada persona. El simple hecho de haber nacido en determinada familia, con determinadas condiciones económicas y sociales por supuesto que de alguna u otra manera influye en las metas que podamos alcanzar a corto o largo plazo.    No con esto se pretende cortar las alas de lxs soñadorxs ni mucho menos. Claro que cualquiera puede alcanzar el éxito que se proponga, pero el tiempo que eso conlleva y las circunstancias que se presenten también pueden llegar a ser incontrolables. Asimismo, para las generaciones de hoy en día es mucho más complejo alcanzar el éxito que tenían las personas mayores: estar en un mismo trabajo por 10 años, tener más de 3 hijxs y una familia unida, poseer bienes como fincas, casas, carros y demás para muchxs ya no es una prioridad.   El sueño de alcanzar el éxito    Tal vez el éxito se ha convertido en algo ilusorio, en un lugar común y transitorio que decidimos subir constantemente a Instagram y otras redes sociales. ¡Y qué irónico que el formato se llame “historias”! Solo nosotrxs mismxs decidimos qué mostrar y cómo contar nuestra historia; porque al menos esa parte siempre estará bajo nuestro control. El éxito se resume también entonces a un café aesthetic, a un buen restaurante, a la cantidad de viajes que realizamos en un año, a una relación estable, a logros labores y al sentido de pertenecer a cualquier parche o grupo de personas como una forma de aceptación colectiva.    Un estudio de Cifras y Conceptos demostró que el 93% de lxs colombianxs tiene alguna meta que no ha podido realizar. Según los hallazgos, el 53% de la población teme no cumplir sus sueños por miedo al fracaso, y la cifra aumenta a un 60% en el caso de lxs millennials. Algunas de las razones que también predominan son: quedar mal frente a lxs demás y el no llegar a ser lo suficientemente buenx para alcanzar el éxito.    Sin lugar a dudas le tenemos miedo al fracaso porque tememos vernos vulnerables. Nos resistimos a ver que cada error cometido, cada relación fallida, cada dolor, cada despido y cada cambio solo nos ha llevado a ser quienes somos ahora, a aprender de nuestras decisiones, a desenvolvernos de una mejor manera al encontrarnos frente a obstáculos que se repiten.    La palabra “renunciar” -bastante asociada al fracaso- supone la imagen de dejar algo antes de terminado. ¿Qué pasaría si le damos la vuelta? Renunciemos a cambiar nuestro tiempo por trabajo, a la ansiedad, a los lugares y personas hostiles. Renunciemos a sentirnos mal e insuficientes, al estancamiento, a no cumplir nuestros deseos, a no seguir nuestra intuición.    Solo así le abriremos la puerta a la posibilidad de soltarlo todo (no tener el control también es sano). Priorizarse a unx mismx al no cumplir las expectativas de otrxs es el éxito más grande. Juguemos con la idea de que para estar arriba, muchas veces tenemos que empezar desde abajo. Y no es empezar de cero, es empezar desde algo nuevo, desde un terreno fértil que está listo para germinar nuevos sueños, nuevos objetivos y hasta una nueva vida. 

¿De dónde viene el miedo de convertirnos en nuestrxs padres/madres?

  Por: Mariana Ordoñez    Durante la infancia vimos un montón de clases en donde aprendimos la historia del mundo que nos rodea, nos enseñaron a medir distancias gracias a los números e incluso a comunicarnos en otros idiomas, a entender diferentes culturas y formas de representación. Pero, ¿amar? Nadie nos enseñó esa parte. Ojalá y nos hubieran explicado que la vida iba mucho más allá de las teorías, y que para comprender el mundo que nos rodeaba, primero debíamos comprendernos a nosotrxs mismxs.    Y es aquí donde, claramente, lxs padres y lxs madres jugaron un papel fundamental. Desde una edad temprana mimetizamos sus comportamientos y los asumimos como normales. El núcleo familiar se convirtió día a día en nuestro mayor referente a la hora de gestionar las emociones y la forma de enfrentarnos al mundo (y a eso que sentíamos que podía llegar a ser un peligro en cualquier ámbito). Todo es un reflejo de lo que alguna vez entró por nuestros ojos.    Y qué decir sobre esos momentos de confusión, en donde lo que aprendíamos en el colegio se desvirtuaba en el hogar, y viceversa. Como la expresión de la personalidad, la confianza, el sentido de la amistad, del respeto, el afecto, las formas de protegerse e incluso los comportamientos y las maneras de hacer determinadas labores: el orden de la casa, la tendida de cama, la lavada de platos, la cocinada, las horas de sueño, de estudio, de descanso, la crianza y un millón de cosas más.    De alguna u otra forma, quienes estaban a nuestro cargo en el hogar eran algo así como lxs profesores de la vida. Por supuesto que cada familia es un universo distinto, y generalizar la crianza sería un despropósito, dado que las posibilidades y las condiciones de cada persona son completamente diferentes. Pero la verdad es que, sea como sea, el acto de enseñarle a otrx ser humanx a vivir su realidad, o incluso, a nosotrxs mismxs, es una tarea que conlleva muchísimas más responsabilidades de las que podríamos llegar a imaginarnos. Y es algo que, por más libros, podcasts, personas y artículos que estudiemos, solo se aprende en la práctica del diario vivir y, como método de supervivencia, se ejerce con los recursos y recuerdos que tenemos de nuestrxs padres y madres. Buenos, malos, suficientes o insuficientes, esos cimientos son las bases que tomamos como ejemplo para decidir qué queremos hacer y qué definitivamente no con nuestras vidas.    Entonces, ¿de dónde viene ese miedo que muchxs tenemos de convertirnos en nuestrxs padres/madres?    Si cerramos los ojos por un instante y tratamos de recordar alguna canción de cuna o, incluso, algún refrán que aprendimos cuando pequeñxs, seguro lo lograremos en menos de lo que creemos. Así también sucede con esos recuerdos dolorosos que tenemos sobre quienes nos criaron. Los recuerdos negativos son los que nuestro cerebro más suele sacar a la luz. Asimismo sucede cuando nos enfrentamos a x o y situación. Desde la(s) pareja(s) que elegimos hasta la forma en la que nos enojamos, nos apegamos, nos divertimos y nos cuidamos. Todo es una repetición de patrones y conductas que guarda nuestro inconsciente. El miedo sobresale cuando nos damos cuenta que estamos actuando tal cual como lo haría nuestrx padre/madre, siendo que en la realidad sabemos que esa forma de enfrentar la situación puede ser insana. Entonces nos asustamos y, muchas veces, preferimos evadir o reprimir las emociones, todo con tal de jamás volver a repetir esos comportamientos que nos recuerdan la cara oscura de quienes cuidaron de nosotrxs en algún momento. A su vez, activamos las alarmas y nos ponemos en modo red flag cuando, sin la ayuda de nadie y gracias a nuestro poder de hacernos conscientes -y responsables- de nuestras acciones, descubrimos daddy o mommy issues por ahí ocultos. Esto puede ser motivo de risa y burla hacia el exterior, pero la verdad es que muchas veces pensamos a nuestros adentros “mi3rda, aquí viene de nuevo”. Esto también sucede porque, como individuxs, tenemos una tendencia a filtrar los momentos y aspectos positivos y a poner más énfasis en los negativos.    ¿Por qué le damos más importancia a lo negativo?    Según los estudios, los estímulos negativos suelen producir más actividad neuronal en el cerebro que los positivos. A su vez, las respuestas inmediatas ante una amenaza son mucho más rápidas que las que producen placer. Las situaciones negativas se almacenan en la memoria a largo plazo desde el comienzo, mientras que un acontecimiento positivo depende de que pensemos en ello de 5 a 20 segundos y de manera activa. Esto también sucede porque, a través de la evolución humana, quien sobrevive es quien logra atrapar con su atención la amenaza a la supervivencia. En pocas palabras: no serían lxs más fuertes quienes sobreviven, sino lxs más miedosxs.    El verdadero problema está en qué, más allá de que sintamos miedo al reproducir una conducta, el almacenamiento de estas experiencias negativas también puede afectar nuestro cuerpo a largo plazo. El estrés al recordar esos comportamientos que nos hicieron daño, genera alteraciones metabólicas y produce que nos “preparemos” para actuar. El ritmo cardíaco se acelera, los músculos se tensan e incluso ocurre algo llamado en la ciencia “cascada química”. El cuerpo se sobrecarga de hormonas de estrés y ocurren ciertos cambios psicológicos que preparan al organismo para defenderse. Prácticamente, existe una respuesta al miedo cuando el sistema límbico se activa, lo que puede llegar a desencadenar un trastorno a futuro. Todo esto afecta de distintas maneras la memoria y la manera en que logramos regular nuestras emociones para desarrollar un sentido positivo de nosotrxs mismxs. Entonces, las memorias negativas sobre nuestrxs padres/madres terminan abrumándonos e influyendo, indiscutiblemente, en la manera en que desarrollamos o creamos nuevos recuerdos.    El miedo se gesta cuando el cuerpo habla    El miedo, según la RAE, es definido como una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario” y un “recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”. Son todas aquellas sensaciones desagradables que pueden expresarse tanto de manera física como psicológica. Cuando nos vemos reflejados en esas actitudes negativas que tuvieron, o tienen, nuestrxs padres/madres, la memoria activa automáticamente esa sobrecarga de hormonas de estrés tal cual como en el evento original. Los sentimientos de angustia, impotencia y frustración se despiertan y solemos experimentarlos como si fuera la primera vez.    En conclusión, ese miedo de convertirnos en nuestrxs padres/madres no solo viene de bloqueos, dudas, represión de las emociones o un desagrado narcisista producto de situaciones negativas pasadas. El miedo también se gesta cuando el cuerpo habla; la memoria corporal grita en esos momentos en que no sabemos cómo actuar más que como nos lo enseñaron, aunque nuestra conciencia nos diga que definitivamente no es por ahí.

Los hombres deberían ir a terapia antes de meterse en una nueva relación

  Por: Mariana Ordoñez  No es un secreto el hecho de que una primera cita suele ser un detonante de emociones: nervios, ansiedad, inseguridad y angustia entre muchas otras. Y es que, tan solo el acto de pensar en esto, viene acompañado de un miedo inexplicable ligado a la aceptación de la adultez: una primera cita puede ser, para muchxs, la apertura de un camino hacia la estabilidad emocional añorada. Por supuesto que la creencia de que un otrx será la solución a nuestros problemas y que conseguir una pareja llenará por fin el vacío (para darle una verdadera razón a la existencia) es algo que, en definitiva, es cuestionado cada vez más entre las distintas generaciones. Pero, seamos sincerxs: no por eso descartamos la oportunidad de conocer a alguien que pueda llegar a brindar un poco de luz a nuestros días, que nos ayude a enfrentar la realidad, que nos permita darnos el placer de sentir.  Y es justo aquí donde distintos factores como las aplicaciones de citas, el amigo que adopta el papel de cupido y cualquier mirada fija por más de 5 segundos comienzan a jugar un rol fundamental a la hora de abrirse a la posibilidad de un primer encuentro. Miles de parafernalias externas se hacen presentes: el outfit, el aspecto personal, el perfume, los pensamientos intrusivos, el restaurante, la hora y hasta el plan B por si todo sale mal. Pero hay un eslabón que, la mayoría de veces, se queda por fuera: la previa gestión de las emociones. Y esta vez, nos enfocaremos en esa falta más específicamente en el hombre cisgénero, dando paso a la siguiente pregunta: ¿los hombres deberían ir a terapia antes de intentar meterse en una nueva relación?  Para comenzar, es importante aclarar que esta es una pregunta que se mantendrá abierta. Este simplemente es un espacio de reflexión en donde se cuestiona la dificultad que existe aún hoy en día de abordar la salud mental y las emociones por parte del género masculino. Todo esto, producto de diversas cuestiones que se convierten en hechos, como los estereotipos sobre la masculinidad actuales asociados a la racionalidad, la fuerza, la capacidad y la inteligencia, concebir que pedir o recibir ayuda sea sinónimo de debilidad e incluso el pensamiento de que aislarse, a la hora de sentir emociones como la rabia o la tristeza, signifique independencia. Desde pequeños, a los hombres se les enseña que ‘solo las niñas lloran’, que solo deben desahogar sus emociones jugando fútbol o practicando cualquier otro deporte que demuestre que la fuerza y la resistencia van por encima de cualquier sentimiento. Que sí o sí tienen que resolver sus problemas solos. Es así como la ira, el orgullo y el ego (sentimientos mucho más aceptados socialmente para ellos) pasan a ocultar la vulnerabilidad y el miedo.  Y es entonces que, tiempo después, al momento de enfrentarse a la conversación durante una primera cita, esta se convierte inevitablemente en una canalización de todas esas emociones reprimidas durante años. Los hombres le huyen a la posibilidad de hablar con un profesional, lo que termina en que la primera cita se convierta, muchas veces, en una primera terapia donde las inseguridades, el egocentrismo, el aleccionamiento o incluso la exageración reflejan una falta de gestión de las emociones y un miedo constante a lo que piensen, o no, sobre ellos.  El miedo a la terapia y sus riesgos  Según un informe de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) la cultura colombiana tradicional refuerza en los hombres la falta de autocuidado y promueve el abandono de su salud mental y física. Esto conlleva a que no involucren en su proceso personal a algún externo y que enmascaren los trastornos afectivos por medio del abuso de sustancias, el exceso de trabajo, el aislamiento e incluso la agresividad física.  Los estudios de la OPS afirman que, por ende, los hombres tienen una menor esperanza de vida, con 5.8 años menos que la población femenina. Asimismo, la no gestión prolongada de las emociones por parte de un especialista suele terminar en:
  • Conductas violentas que terminan en accidentes. 
  • Relaciones interpersonales que ponen en peligro constante a mujeres y niñxs.
  • Violaciones. 
  • Infecciones de transmisión sexual,
  • Paternidades ausentes. 
  • Consumo de sustancias. 
  • Autolesión. 
  • Suicidio. 
Alexitimia: la incapacidad para reconocer las emociones propias La alexitimia es definida por la RAE como “la incapacidad para reconocer las propias emociones y expresarlas, especialmente de manera verbal”. De acuerdo a las estadísticas, la alexitimia afecta al 8% de los hombres y al 1,8% de las mujeres. Las causas están asociadas a los primeros años durante la infancia, cuando lxs niñxs aún carecen de estados mentales jerarquizados y suele ser más común la somatización de las emociones. Esto puede ocurrir cuando lxs padres no aportan una información verbal a sus hijxs, lo que resulta en que lxs pequeñxs piensen que sus emociones no pueden ni deben ser explicadas con palabras.  Es clasificada por lxs expertxs en dos clases:
  • Primaria. Tiene un origen biológico y aparece como consecuencia de una deficiencia neurobiológica por factores hereditarios. 
  • Secundaria. Tiene un origen emocional asociado a situaciones dramáticas o momentos duros en la infancia y la adultez temprana.
Los hombres que padecen alexitimia suelen suprimir sus emociones y las sensaciones de dolor como un mecanismo de defensa. Esto a manera no solo de protección sino de negación de situaciones complejas derivadas de traumas o conflictos diversos. ¿Dónde queda entonces la importancia de inculcar desde una temprana edad una educación emocional enfocada en la deconstrucción de la masculinidad? ¿Qué tantas conversaciones sobre la salud mental se abordan tanto en los núcleos familiares como en los educativos?  Mi posición como mujer frente a este tema se basa en las experiencias vividas dentro de una sociedad patriarcal y como parte de una generación muchas veces carente de espacios reflexivos. Gracias a la ciclicidad que atravesamos las mujeres (y por supuesto, a la capacidad que tenemos de buscar entenderla) hemos aprendido a cuestionarnos a través de la colectividad, a mirarnos desde el interior. Los hombres, por el contrario, suelen revisarse desde el exterior, de manera individual y desde su propia linealidad: aún hoy en día se miden a sí mismos con la vara de la fuerza externa, del dinero, de la virilidad y de la capacidad de ocultar sus verdaderas emociones en actos como proveer, trabajar y cumplir metas impuestas por la sociedad. La pregunta con la que cierro esta vez es: ¿cuántas primeras citas fallidas serán necesarias para tomar la decisión de ir a terapia?        

Superando el “long covid” sin perder la cabeza.

Por: Mariana Ordoñez. Pensar hoy en día en el 2019 a muchxs nos genera aún una sensación extraña. A veces pareciera que parte del tiempo se congeló junto con personas, lugares, emociones, hábitos y un fragmento de nosotrxs mismxs. Y cuando pensábamos que todo este tema de la pandemia había quedado atrás, un nuevo pico se dispara a pocos días del 2023, casi que retando nuestra fuerza física, emocional y mental. Como si la vida estuviera midiendo qué tanto aprendimos y de qué manera nos enfrentamos a una situación que se repite, nos vemos obligadxs a entender que, aunque creamos que lo tenemos todo resuelto, el azar nos seguirá sorprendiendo de mil maneras, llevándonos a hacer algo a lo que, personas como yo, nos hemos resistido a lo largo de los años: soltar el control.  Y es aquí donde extiendo el hilo de las preguntas: ¿Realmente extraño a mi yo pre-pandémico? ¿Qué tanto he aprendido de la enfermedad? ¿Qué métodos me han funcionado para superar la ansiedad y la angustia en medio de secuelas como la fatiga y el cansancio extremo? Esta vez quiero compartirles una reflexión un poco más personal, al menos para probar si la narración me permite de alguna u otra forma encontrar las respuestas correctas para sobrellevar mi situación actual.    Recuerdo que el día en el que me mudé justo detrás de mi universidad coincidió con el primer día de la cuarentena. Para ese entonces estaba empezando mi tésis de pregrado y aún me faltaban algunas materias por terminar. Siempre me he caracterizado por tomar decisiones apresuradas, por ser muy impulsiva y estar dispuesta a afrontar cambios veloces y abruptos sin pensar mucho en las consecuencias (seguramente todo un producto de la fuerza ariana que me ata). En un par de semanas ya había conseguido roommate y había tomado la decisión de vivir justo en frente de la persona con la que salía. Todo el panorama era perfecto: podría trasnochar durante noches enteras en la biblioteca investigando para mi trabajo de grado y a tan solo un par de escalones llegar a mi apartamento sin tener que pensar en el transporte o en la seguridad, viviría con una amiga y podría pasar tiempo de calidad en mi relación del momento.  Como ya podrán suponer, toda mi fantasía (al igual que la de millones de personas que creían tener el futuro resuelto) se derrumbó en un parpadeo. Para no darle más largas al asunto les resumo: nos encerraron, tuve mi primera tusa (sí, la persona que vivía justo en frente mío me fue infiel, así que dejo a su imaginación lo demás), tuve que hacer mi tesis sin tener contacto real con mi directora y pasé más de 8 meses sin poder ver a mi familia. Lo verdaderamente preocupante de la situación: no tenía trabajo. Y para rematar, el apartamento no tenía ventanas al exterior (solo un par de tragaluces). Como en ese momento no estaba en la mejor situación económica, pensé que podría ahorrar viviendo en ese apartamento que, aunque no era ideal, quedaba a un paso de la u y, al fin y al cabo, como era mi último semestre igual estaría la mayoría del tiempo fuera de casa (gran error).    A falta de ventanas al exterior nos tocó mirar hacia adentro.  (Y digo “nos” porque mi roommate y yo casi que nos fusionamos en una sola persona en ese entonces.) Claro que eso lo entendí muchos meses después de pasar por miles de crisis, el peor desamor de mi vida, pintarme el pelo, hacerme capul, volverlo a pintar, fumar todos los cigarrillos habidos y por haber, subir de peso, tener por primera vez acné, no tener plata y estar lejos, muy lejos de mi familia. Sin embargo, todo eso pasó a un quinto plano después de vivir el verdadero infierno: me dio covid tres veces, dos de esas estuve hospitalizada, la segunda con una infección en los riñones y conectada a oxígeno completamente aislada, sin olfato, sin gusto. Despertándome en las noches ahogada, con miedo a quedarme dormida y a no poder despertar.  Tiempo después y gracias a sesiones de terapia y meditación entendí que el tiempo en el que estuve interna en el hospital pasé por una fuerte depresión. Solo quería llorar y el hecho de estar completamente aislada me hizo ver la oscuridad. No entendía por qué siendo tan joven ya debía pensar en todo lo que pasaría si mi cuerpo dejaba de funcionar (quiero aclarar que hablo desde mi experiencia personal y en ningún momento busco victimizarme, pues respeto muchísimo a quienes vivieron experiencias duras o perdieron a algún ser queridx, mi único propósito es compartir mi historia). Cada contagio al que me enfrenté incluía estar encerrada sin contacto por lo menos 15 días. Esto quiere decir que pasé en total un poco más de 6 semanas aislada en menos de año y medio.    El libro que me acompañó durante este proceso fue El extranjero (1942) de Albert Camus. Es irónico, pues muchxs pensarán que definitivamente no es el mejor texto para llevar un mal momento. Sin embargo, gracias a Camus entendí el verdadero poder de nuestra mente: no importa qué tan encerradxs estemos, solo nosotrxs mismxs podremos elegir ser libres.  El comienzo de este año fue prácticamente para mi una prueba. Como si mi yo pre-pandémico me acechara susurrándome al oído: ¿Vas a seguir repitiendo los patrones que te hacen daño? ¿Acaso no aprendiste del pasado? Y en el momento en que decido esquivar los pensamientos para hundirme en el superfluo carpe diem un primero de enero, ocurre lo inevitable: una semana en cama, fiebre de cuarenta grados por tres días, pulmones averiados y el volver a despertarme en las noches ahogada teniendo que recurrir a un inhalador.  Todo esto junto a fatiga, somnolencia y cansancio extremo. Síntomas que definitivamente invadieron mi cotidianidad y me generaron una ansiedad que creía ya superada. Añadamos a todo esto tener el periodo y ciertos eventos astrológicos no menos importantes como Mercurio y Marte retrógrados con luna llena en Cáncer (lxs seguidores de la astrología me entenderán). En conclusión: un caldo de emociones, una ruptura parcial de la comunicación y muchas, muchísimas lágrimas para calmar el momento.   Luego de madrear incontables veces, preguntarle al mundo una y otra vez el clásico y dramático “¿por qué a mí?”, superar un par de crisis de ansiedad e ira, no querer hablar con nadie, dormir más de 12 horas seguidas por varios días y visitas al hospital con respuestas muy poco alentadoras, descubrí que me sentía en un flashback eterno, como si estuviera repitiendo una situación pasada al pie de la letra, solo que dos años más “adulta”. Recordé a una gran amiga que durante la pandemia, en una lectura de oráculo de runas que le pedí, me dijo algo que quedó por siempre marcado en mi memoria: “Mar, para lograr llegar a la estabilidad emocional que estás buscando, solo debes hacer una cosa: dejar de sufrir.”    Dos años tardé también en entender esa frase. Y es que está muy claro, la enfermedad seguirá existiendo al igual que la probabilidad de contagiarse sin importar cuánto nos cuidemos. El punto está en elegir cómo llevar la situación: o perdemos la cabeza y nos hundimos en el abismo del desespero, o simplemente soltamos el control y sacamos todos los poderes del aprendizaje que hemos recibido desde el 2020. Claro que escribirlo o decirlo es mil años luz más fácil que ponerlo en práctica (aún estoy trabajando en ello). Sin embargo, quiero compartir con ustedes un par de tips que me han ayudado a convivir con la ansiedad y las secuelas de la fatiga y el cansancio extremo: 
  • Meditar. 
  • Escribir (cada vez que me siento abrumada por mis pensamientos). 
  • Hacer ejercicio (esta es la parte que MÁS me cuesta pero procuro al menos caminar y tomar el sol unos minutos al día). 
  • Mantener mi casa limpia y ordenada. 
  • Gritar o llorar (cuanto crea necesario hasta sentirme mejor). 
  • Maternarme (consentirme como lo haría con un bebé).
  • Tomar vitamina B, jugos con jengibre, té verde. 
  • Evitar la lactosa (no comer mucho queso ni tomar mucha leche). 
  • Meter la cabeza en un bowl con agua helada en las mañanas por 30 segundos.
  • Pasar tiempo con mis seres queridos. 
  • Ver MUCHOS memes que me hagan reír. 
  Asimismo, los reportes también tardaron su par de años para denominar este síntoma. Su nombre es: “long covid”. Según el último reporte del Observatorio Nacional de Salud del INS, 29, 5% de lxs sobrevivientes del covid-19 desarrollaron esta sensación de malestar que, aparte de la fatiga y el cansancio, también incluye “dificultades para respirar, problemas para dormir y desórdenes cognitivos como dificultad para pensar o concentrarse”. Las estadísticas no mienten: 1.509.813 colombianxs sufrimos esta secuela que aún carece de seguimientos minuciosos por parte de lxs investigadores.  Para concluir, puedo asegurarles que (en lo personal) no extraño a mi yo pre-pandémico. Definitivamente y gracias a los azares de la vida, aprendí y maduré mucho más gracias a mi yo pandémico. Hoy miro hacia atrás y, aún estando enferma, puedo apreciar y agradecer por todo lo que he crecido: tengo mi casa propia con mi pareja actual, soy mucho más paciente al momento de afrontar dificultades, tengo una mejor relación con mi familia, un trabajo estable y sobre todas las cosas: valoro mi salud y el estar sana.   

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