¿De dónde viene el miedo de convertirnos en nuestrxs padres/madres?

 

Por: Mariana Ordoñez 

 

Durante la infancia vimos un montón de clases en donde aprendimos la historia del mundo que nos rodea, nos enseñaron a medir distancias gracias a los números e incluso a comunicarnos en otros idiomas, a entender diferentes culturas y formas de representación. Pero, ¿amar? Nadie nos enseñó esa parte. Ojalá y nos hubieran explicado que la vida iba mucho más allá de las teorías, y que para comprender el mundo que nos rodeaba, primero debíamos comprendernos a nosotrxs mismxs. 

 

Y es aquí donde, claramente, lxs padres y lxs madres jugaron un papel fundamental. Desde una edad temprana mimetizamos sus comportamientos y los asumimos como normales. El núcleo familiar se convirtió día a día en nuestro mayor referente a la hora de gestionar las emociones y la forma de enfrentarnos al mundo (y a eso que sentíamos que podía llegar a ser un peligro en cualquier ámbito). Todo es un reflejo de lo que alguna vez entró por nuestros ojos.

 

 Y qué decir sobre esos momentos de confusión, en donde lo que aprendíamos en el colegio se desvirtuaba en el hogar, y viceversa. Como la expresión de la personalidad, la confianza, el sentido de la amistad, del respeto, el afecto, las formas de protegerse e incluso los comportamientos y las maneras de hacer determinadas labores: el orden de la casa, la tendida de cama, la lavada de platos, la cocinada, las horas de sueño, de estudio, de descanso, la crianza y un millón de cosas más. 

 

De alguna u otra forma, quienes estaban a nuestro cargo en el hogar eran algo así como lxs profesores de la vida. Por supuesto que cada familia es un universo distinto, y generalizar la crianza sería un despropósito, dado que las posibilidades y las condiciones de cada persona son completamente diferentes. Pero la verdad es que, sea como sea, el acto de enseñarle a otrx ser humanx a vivir su realidad, o incluso, a nosotrxs mismxs, es una tarea que conlleva muchísimas más responsabilidades de las que podríamos llegar a imaginarnos. Y es algo que, por más libros, podcasts, personas y artículos que estudiemos, solo se aprende en la práctica del diario vivir y, como método de supervivencia, se ejerce con los recursos y recuerdos que tenemos de nuestrxs padres y madres. Buenos, malos, suficientes o insuficientes, esos cimientos son las bases que tomamos como ejemplo para decidir qué queremos hacer y qué definitivamente no con nuestras vidas. 

 

Entonces, ¿de dónde viene ese miedo que muchxs tenemos de convertirnos en nuestrxs padres/madres? 

 

Si cerramos los ojos por un instante y tratamos de recordar alguna canción de cuna o, incluso, algún refrán que aprendimos cuando pequeñxs, seguro lo lograremos en menos de lo que creemos. Así también sucede con esos recuerdos dolorosos que tenemos sobre quienes nos criaron. Los recuerdos negativos son los que nuestro cerebro más suele sacar a la luz. Asimismo sucede cuando nos enfrentamos a x o y situación. Desde la(s) pareja(s) que elegimos hasta la forma en la que nos enojamos, nos apegamos, nos divertimos y nos cuidamos. Todo es una repetición de patrones y conductas que guarda nuestro inconsciente.

El miedo sobresale cuando nos damos cuenta que estamos actuando tal cual como lo haría nuestrx padre/madre, siendo que en la realidad sabemos que esa forma de enfrentar la situación puede ser insana. Entonces nos asustamos y, muchas veces, preferimos evadir o reprimir las emociones, todo con tal de jamás volver a repetir esos comportamientos que nos recuerdan la cara oscura de quienes cuidaron de nosotrxs en algún momento. A su vez, activamos las alarmas y nos ponemos en modo red flag cuando, sin la ayuda de nadie y gracias a nuestro poder de hacernos conscientes -y responsables- de nuestras acciones, descubrimos daddy o mommy issues por ahí ocultos. Esto puede ser motivo de risa y burla hacia el exterior, pero la verdad es que muchas veces pensamos a nuestros adentros “mi3rda, aquí viene de nuevo”. Esto también sucede porque, como individuxs, tenemos una tendencia a filtrar los momentos y aspectos positivos y a poner más énfasis en los negativos. 

 

¿Por qué le damos más importancia a lo negativo? 

 

Según los estudios, los estímulos negativos suelen producir más actividad neuronal en el cerebro que los positivos. A su vez, las respuestas inmediatas ante una amenaza son mucho más rápidas que las que producen placer. Las situaciones negativas se almacenan en la memoria a largo plazo desde el comienzo, mientras que un acontecimiento positivo depende de que pensemos en ello de 5 a 20 segundos y de manera activa. Esto también sucede porque, a través de la evolución humana, quien sobrevive es quien logra atrapar con su atención la amenaza a la supervivencia. En pocas palabras: no serían lxs más fuertes quienes sobreviven, sino lxs más miedosxs. 

 

El verdadero problema está en qué, más allá de que sintamos miedo al reproducir una conducta, el almacenamiento de estas experiencias negativas también puede afectar nuestro cuerpo a largo plazo. El estrés al recordar esos comportamientos que nos hicieron daño, genera alteraciones metabólicas y produce que nos “preparemos” para actuar. El ritmo cardíaco se acelera, los músculos se tensan e incluso ocurre algo llamado en la ciencia “cascada química”. El cuerpo se sobrecarga de hormonas de estrés y ocurren ciertos cambios psicológicos que preparan al organismo para defenderse. Prácticamente, existe una respuesta al miedo cuando el sistema límbico se activa, lo que puede llegar a desencadenar un trastorno a futuro. Todo esto afecta de distintas maneras la memoria y la manera en que logramos regular nuestras emociones para desarrollar un sentido positivo de nosotrxs mismxs. Entonces, las memorias negativas sobre nuestrxs padres/madres terminan abrumándonos e influyendo, indiscutiblemente, en la manera en que desarrollamos o creamos nuevos recuerdos. 

 

El miedo se gesta cuando el cuerpo habla 

 

El miedo, según la RAE, es definido como una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario” y un “recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”. Son todas aquellas sensaciones desagradables que pueden expresarse tanto de manera física como psicológica. Cuando nos vemos reflejados en esas actitudes negativas que tuvieron, o tienen, nuestrxs padres/madres, la memoria activa automáticamente esa sobrecarga de hormonas de estrés tal cual como en el evento original. Los sentimientos de angustia, impotencia y frustración se despiertan y solemos experimentarlos como si fuera la primera vez. 

 

En conclusión, ese miedo de convertirnos en nuestrxs padres/madres no solo viene de bloqueos, dudas, represión de las emociones o un desagrado narcisista producto de situaciones negativas pasadas. El miedo también se gesta cuando el cuerpo habla; la memoria corporal grita en esos momentos en que no sabemos cómo actuar más que como nos lo enseñaron, aunque nuestra conciencia nos diga que definitivamente no es por ahí.

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