Por: Mariana Ordoñez
En el mundo de la inmediatez, donde todo tiene que estar terminado para ayer, nace por allá en 1968 a través de una imprenta la palabra workaholic. Asimismo, se populariza rápidamente gracias al libro Confessions of a workaholic del psicólogo y educador estadounidense Wayne Oates. Pero más allá de investigar a fondo su procedencia, esta vez quiero hacer énfasis en la normalización que existe hoy en día respecto al término y en cómo está relacionado con el tiempo de ocio.
Ya sea porque llegó a nosotrxs por medio de las redes sociales, o en un podcast de autoyauda o, por qué no, a través de un horóscopo capricorniano, referirnos a otra persona e incluso a nosotrxs mismxs como workaholics en tono humorístico es tan solo el reflejo de la siguiente afirmación: el trabajo constituye el centro de nuestra vida, tanto así, que identificarnos como adictos a él no es considerado algo preocupante.
Simplemente forma parte de un rasgo de nuestra personalidad y, como dicen por ahí, lxs que sufrimos la adicción deberíamos -por el contrario- sentirnos orgullosxs. Todo esto responde entonces a la pregunta que me planteé por más de 3 años durante todas las noches que no pude dormir debido a mi ansiedad: ¿por qué sentimos que descansar está mal?
Hace un par de días escuché en un live realizado por dos filósofos mexicanos muy jóvenes que Aristóteles decía: “trabajamos para poder tener ocio”. Luego se remontaban a la etimología de la palabra “negocio” la cual deriva de las palabras del latín “nec” y “otium”, es decir, “lo que no es ocio”.
Justo en ese momento pensé en lo irónico que es el hecho de que los seres humanos pasamos la mayor parte de nuestra vida buscando el equilibrio entre dos palabras que se contradicen. Trabajamos duro, durísimo para ganarnos la papa, nos levantamos cada día casi que en modo avión a repetir nuestra rutina: de la casa a la oficina, trancón de quién sabe cuánto tiempo (y peor cuando es trancón de transmilenios) una hora de almuerzo en donde TikTok o Instagram se convierten en nuestros mejores amigos, una selfie con el hashtag #workinprogress para demostrar que somos mega productivxs, más trabajo y un trancón vuelta a casa en donde los pensamientos se vuelven más lentos, el cansancio nos pone irritables y ojalá que no esté lloviendo, porque ahí sí el día (por lo menos para quienes vivimos en Bogotá) termina de volverse 100% insoportable.
TODO esto para fantasear con el viajecito de fin de año, la boleta del próximo concierto, el poder invitar a comer a un lugar bonito a nuestra familia, el regalo de un home shower, el programa de yoga, el mejor vaporizador, el curso de ley de atracción, los productos de skincare y millones de planes más que anotamos en nuestro Google calendar o en nuestras libretas súper mainstreams llenas de colores y afirmaciones para manifestar el descanso que sabemos muy bien nos merecemos. Dicen que el ocio es “cultivarse a unx mismx” y eso es justamente en lo que muchxs buscamos hoy en día invertir nuestro dinero trabajado con sudor, lágrimas y mucho, muchísimo café.
Soy también supremamente consciente de que hablo desde un lugar bastante privilegiado. Porque, seamos honestxs, el ocio también es un privilegio. Sin embargo y en este caso, no puedo hablar desde un lugar de enunciación que no sea el mío, así que, si le interesa y se siente identificadx, bienvenidx sea.
Respondiendo entonces a la pregunta que me hacía en las noches, podría decir que sentimos que descansar está mal porque no ser productivxs también nos aleja de nuestro tiempo de ocio. ¿Descansar es perder tiempo y, por ende, perder plata? Porque es que si no hay trabajo: adiós viajes, adiós conciertos, adiós gym, adiós restaurante… adiós tiempo para nosotrxs mismxs. Entonces, es así como la relación entre ocio y productividad se convierte en un símbolo infinito, en donde sin lo uno no existe lo otro. Percibimos los días cada vez más cortos y atesoramos nuestros hobbies, los ponemos en un pedestal y rogamos para que no se conviertan en un sueño frustrado por culpa del poco tiempo.
Recuerdo que la última vez que renuncié a un trabajo de una “gran” empresa tuve una discusión con un familiar: él me decía que le preocupaba mi estabilidad, que no entendía por qué lxs jóvenes de hoy en día nos la pasábamos “brincando” de trabajo en trabajo, que en su época era muy diferente y que él trabajó más de 30 años en el mismo lugar y nunca se quejó. Que lxs colombianxs habíamos nacido para guerrearla, para luchar.
Yo le respondí que claro que lo entendía pues trabajo desde muy joven para ganarme mis cosas. Sin embargo, a lo largo del camino que elegí, entendí que no vinimos al mundo solo a luchar y guerrearla, también vinimos a ser felices; y tener tiempo para unx mismx definitivamente hace parte de esa felicidad.
Y es que según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), para el 2020, se encontró que Colombia es el país donde más se trabaja con un promedio de 48 horas laborales a la semana por persona, siendo que en Latinoamérica la media oscila en 20 horas semanales.
Es decir, lxs colombianxs sufrimos de un mal llamado “pobreza de tiempo”: las 168 horas de la semana no alcanzan para trabajar, desplazarnos, cuidar el hogar, criar a lxs hijxs, cocinar, hacer ejercicio, cuidar nuestra salud mental y dedicar tiempo a nuestrxs seres queridxs.
¿Qué podemos hacer entonces al respecto? Amaría tener una respuesta objetiva, por ahora me despido recomendando hacer cualquier cosa que nos guste con el único fin de poner la mente en otro lugar que no sean las responsabilidades, al menos 30 minutos al día. Si invertimos toda nuestra energía en trabajar, cultivarnos a nosotrxs mismxs jamás debería sentirse mal.