El fútbol como religión

Por: Mariana Ordoñez

El fútbol, sin lugar a dudas, es un deporte que mueve almas, pasiones y egos de miles de personas alrededor del planeta (sin hacer énfasis en la cantidad de dinero y corrupción que también está en constante movimiento desde hace muchísimo tiempo, pero esto se lo dejo mejor a Netflix en su serie FIFA Uncovered (2022)). 

Y aunque el tema principal de este artículo no será Qatar, no puedo dejar de lado el hecho de que la muerte de más de 6.500 inmigrantes trabajadores en la construcción de estadios para el Mundial junto con la censura, la misoginia, el estricto código de vestimenta, la cohibición del derecho a la libre expresión, la homofobia y muchas otras reglas atroces sean aún hoy en día temas secundarios comparados con la diversión y la pasión por el espectáculo. 

Sin embargo, este deporte es la pieza del rompecabezas que nos hacía falta para sentirnos completxs, es la alegría que des-automatiza la cotidianidad y nos ayuda a vivir el presente, es un ritual en el que soltamos nuestras penas y nos esperanzamos de nuevo. Tanto en el barrio como en la Champions, tanto para quienes lo jugamos como para quienes lo celebramos, este deporte nos conecta con nuestrx niñx interior, nos da la capacidad del asombro, nos hace vulnerables e invencibles al mismo tiempo.

El fútbol, como la religión, mueve masas, afirma identidades y nos hace sentirnos parte de algo, nos muestra la importancia de la unión y lo colectivo, nos impulsa a recobrar la fe que en algún momento perdimos en este mundo terrenal a causa del tedio, las necesidades y la incertidumbre. Pero no por eso deja de estar dentro de la esfera del fanatismo y puede llegar a convertirse en una fuerza de poder incontrolable.

La iglesia Maradoniana, un culto al dios del fútbol

“La diferencia entre Maradona y Dios es que de Maradona hay pruebas de que existe” son las palabras que regala a la cámara- en el documental de Vice La Iglesia de Maradona en Argentina – Miscelánea (2018)- Walter Rotundo, miembro de la Iglesia Maradoniana y padre de dos hijas gemelas a quienes bautizó “Mara” y “Dona” como símbolo de devoción a su Dios Diego Armando. La iglesia, fundada el 30 de octubre de 1998 en la ciudad de Rosario, Argentina, es un espacio en el que sus fundadores Hernán Amez y Alejandro Verón logran mantener la pasión y la importancia que tiene para los feligreses la figura de Maradona (nombrada como D10S, del tetragramatón YHWH (yo soy el que soy), resultado de la fusión entre “dios” y el número 10). A su vez, la cronología de la iglesia se remonta al 30 de octubre de 1960 y se conoce como “d.D” (después de Diego).

 

Por más absurdo que pueda parecer a muchxs, la iglesia ha tenido una expansión importante en distintos países como España, Estados Unidos, Italia, Chile, México, Brasil, Escocia, Japón, Alemania (solo por nombrar algunos) y se dice que cuenta con más de 500.000 seguidores que aún hoy en día profesan su legado entre hijos, familiares, cónyuges y amigos.

Y por nada del mundo podemos dejar de lado la importancia de los 10 mandamientos, en donde “La pelota no se mancha, como dijo D10S en su homenaje”, “Difundir los milagros de Diego en todo el universo.”, “Honrar los templos donde predicó y sus mantos sagrados” y “Llevar Diego como segundo nombre y ponérselo a tu hijo” son tan solo algunas de las afirmaciones que deben repetirse y que seguro unx que otrx seguidor tiene tatuado en alguna parte del cuerpo.

Y como oración en el hogar antes de ir a dormir, este “Padre Nuestro” bajo la figura no de Jesús crucificado, sino de un Diego Armando sosteniendo muy sonriente una pelota:

         Diego nuestro que estás en la tierra,

         santificada sea tu zurda,

         venga a nosotros tu magia,

         háganse tus goles recordar,

         así en la tierra como en el cielo,

         danos hoy una alegría en este día

         y perdona aquellos periodistas

         así como nosotros perdonamos a la mafia napolitana.

         No nos dejes manchar la pelota y líbranos de Havelange…

         Diego.

Los juegos olímpicos fueron creados en el mundo griego en honor a los dioses. Todo un espectáculo en el que se admiraba al deportista por su cuerpo escultural y su pureza de alma, dos factores que, al unirse, convertían al atleta en lo más parecido a una deidad posible.

La cosa es que Diego no es considerado hoy en día como un cuerpo que representa a Dios, sino como un dios en sí mismo. Según Nelson Castro, presentador de televisión, médico y escritor del libro La salud de Diego. La verdadera historia (2021) el corazón de Maradona tuvo que ser removido de su cuerpo antes del entierro para evitar que fanáticos y seguidores de las barras bravas lo saquearan en su tumba luego de que se destapara el escándalo de sus crímenes contra varias niñas y mujeres.   

Sus incontables comportamientos misóginos acompañados de frases como “Si tú quieres hacer una nota con tu mujer, me parece bien, pero que tu mujer empiece a hablar de fútbol, de tácticas, de que tenía que jugar este o el otro…¡No hermano!”; sus abusos, sus adicciones; sus trampas en la cancha (como la famosa “mano de Dios”, jugada que llevó a Argentina a ganar en el mundial de 1986) y todos sus pecados en la tierra pasan entonces a un segundo plano, se borran de las memorias tal cual como suele suceder en algunas conversaciones sobre la inquisición o el abuso del poder a través de los años por parte de la iglesia.

La cancha como templo 

Por otro lado, y omitiendo el sinsabor que he tenido durante años por la industria, la experiencia de ir a un partido de fútbol, para mí, también puede ser completamente mística. Ya sea en el barrio o en el estadio, todos los preparativos forman parte de un mismo ritual, tanto si se va a jugar como si se va de espectador. Es un espectáculo catártico para soltar nuestra mi3rd4.

 

Todo comienza con ponerse la camiseta y unos buenos zapatos, pero no para ir a misa, no señor, esta vez depositamos la fe en la pelota. Las luces encendidas alumbran desde el más allá a quienes están en el centro, jugadores y espectadores nos damos la bendición, nos persignamos y enviamos un beso al cielo para que la energía sagrada nos proteja.

Si tenemos un vinito, carne o papas para picar y unas buenas polas compartiremos y brindaremos juntxs como familia la abundancia que nos rodea. Ya en marcha el partido, comienzan las barras, que como coros (esta vez, para nada angelicales) impulsan a su equipo a ganar e intimidan al contrincante, esto como una gran metáfora de la vida, en donde las emociones nos dominan y pasado y futuro se desvanecen para dar lugar a la experiencia del instante único y presente.

 Todos nuestros problemas, nuestros miedos y preocupaciones se esfuman de nuestra mente; el tiempo se estira, nuestra percepción frente al universo cambia como si formáramos parte de una meditación colectiva en donde el alma se despega de nuestro cuerpo gracias a la adrenalina y a nuestras confesiones de grito herido. Al primer gol nos damos la paz, pero no con la mano, esta vez con un abrazo que rompe costillas y nos recuerda que nuestros pecados, al menos por 90 minutos, serán absueltos gracias a la emoción del momento.

“El fútbol es la única religión que no tiene ateos” profesó Eduardo Galeano en su libro El fútbol a sol y sombra (1995). Ojalá y más bien fuera “(…) la única religión que no tiene muertes”. Pero por hoy prefiero recordarlo como un legado que llegó a nuestras vidas para transformarlas positivamente y mover pasiones escondidas.


Acceder

Registro

Restablecer la contraseña

Por favor, introduce tu nombre de usuario o dirección de correo electrónico y recibirás por correo electrónico un enlace para crear una nueva contraseña.