Para ser honesta, debo confesar que escribir sobre la ansiedad me causó ansiedad.
Pensé alrededor de 30 escenarios posibles en mi cabeza en donde este texto iba a ser problemático. Ya fuera porque revelará demasiado de mí o de quienes me rodean, o porque fuese en extremo escueto o ligero y quienes viven bajo un tratamiento psiquiátrico que controle su ansiedad lo sintieran como una aproximación estúpida a una condición difícil de sobrellevar.
Luego pensé: eso es pura ansiedad. Porque si algo nos hemos dado cuenta, o al menos yo, es que la respuesta a la mayoría de las preguntas que se hace mi cabeza es la misma: A N S I E D A D.
Eso no quiere decir que la ansiedad se viva igual para todos, pues sí, para muchos es solo una voz que intenta sabotear la cotidianidad, esa que te hace preguntarte si apagaste el gas, si le hablaste a tu amiga en el tono incorrecto y ahora te odia, por qué estudiaste esta carrera, o si debiste haber dado ese like en Instagram.
Para otros, la ansiedad es una prisión mental y física que te roba la paz y cualquier noción de tranquilidad. Hay quienes viven con ella a diario, la controlan con medicamentos por recomendación de su psiquiatra, o en alternativas más holísticas que dependen de muchos factores para funcionar. Pero trabajan, comen, duermen, aman y existen con ella.
En mi caso, la ansiedad aparece en forma de ataques esporádicos de duración indeterminada. Pueden ser 5 minutos o 2 horas, pero dure lo que dure, en ese momento todo está en desequilibrio. Respirar es una tarea titánica, el cuerpo tiembla sin control, tiene espasmos dolorosos que hacen que sudes y se te pegue la ropa.
La cabeza, a diferencia de los pensamientos intrusivos que van atropellándote en el día a día con preguntas o cuestionamientos momentáneos, no está en ningún lugar, revolotea, salta de un lado a otro y no hila una idea. Sientes miedo, como si te fueras a morir en ese instante y no sabes por qué. Al final, solo le pides a la vida que se acabe pronto y cuando sucede parece que hubieras corrido una maratón, el cuerpo está agotado y la mente igual.
A mí me han dado episodios de ansiedad en muchos lugares, en la calle, en cine, en la cama segundos antes de dormirme, viendo una serie, y tratar de encontrar los detonantes no ha sido fácil, a veces son fáciles de identificar lo que hace que trates de evitarlos, pero en otras ocasiones simplemente sucedió y comprender lo que hay detrás te tomará muchas sesiones de terapia.
No creo que todos vivamos con ansiedad, pero sí creo que a todos nos interrumpen ese tipo de pensamientos, y ese vacío que algunos sienten por dos o cinco segundos, otros lo tienen dentro suyo todo el tiempo, todos los días, a toda hora.
Miremos nuestro propio vacío y el de los demás con respeto, pues desestimar la ansiedad como un capricho del mundo moderno, o una señal de debilidad de la mente y el espíritu no puede estar más desconectado de una realidad que nos rodea.
Propongámonos identificar eso que alimenta nuestra ansiedad, esa situación, persona, contenido, trauma, recuerdo, o cosa que sin darnos cuenta pone a nuestra cabeza a dar vueltas sin parar, porque sin importar cual sea y el tiempo que nos tome reconocerla, entenderla nos permitirá empezar a manejarla para vivir mejor.
En este momento, mientras releo este texto antes de enviarlo, creo que nada de lo que digo tiene sentido, que a nadie le va a importar, luego veo el reloj, me doy cuenta de que mi deadline ya pasó y me genera angustia incumplir, al final repaso estas palabras mientras la barra titila en la pantalla del computador, pienso en la respuesta a todas estas preguntas y es la misma: es ansiedad.