Por: Mariana Ordoñez
No es un secreto el hecho de que una primera cita suele ser un detonante de emociones: nervios, ansiedad, inseguridad y angustia entre muchas otras. Y es que, tan solo el acto de pensar en esto, viene acompañado de un miedo inexplicable ligado a la aceptación de la adultez: una primera cita puede ser, para muchxs, la apertura de un camino hacia la estabilidad emocional añorada. Por supuesto que la creencia de que un otrx será la solución a nuestros problemas y que conseguir una pareja llenará por fin el vacío (para darle una verdadera razón a la existencia) es algo que, en definitiva, es cuestionado cada vez más entre las distintas generaciones. Pero, seamos sincerxs: no por eso descartamos la oportunidad de conocer a alguien que pueda llegar a brindar un poco de luz a nuestros días, que nos ayude a enfrentar la realidad, que nos permita darnos el placer de sentir.
Y es justo aquí donde distintos factores como las aplicaciones de citas, el amigo que adopta el papel de cupido y cualquier mirada fija por más de 5 segundos comienzan a jugar un rol fundamental a la hora de abrirse a la posibilidad de un primer encuentro. Miles de parafernalias externas se hacen presentes: el outfit, el aspecto personal, el perfume, los pensamientos intrusivos, el restaurante, la hora y hasta el plan B por si todo sale mal. Pero hay un eslabón que, la mayoría de veces, se queda por fuera: la previa gestión de las emociones. Y esta vez, nos enfocaremos en esa falta más específicamente en el hombre cisgénero, dando paso a la siguiente pregunta: ¿los hombres deberían ir a terapia antes de intentar meterse en una nueva relación?
Para comenzar, es importante aclarar que esta es una pregunta que se mantendrá abierta. Este simplemente es un espacio de reflexión en donde se cuestiona la dificultad que existe aún hoy en día de abordar la salud mental y las emociones por parte del género masculino. Todo esto, producto de diversas cuestiones que se convierten en hechos, como los estereotipos sobre la masculinidad actuales asociados a la racionalidad, la fuerza, la capacidad y la inteligencia, concebir que pedir o recibir ayuda sea sinónimo de debilidad e incluso el pensamiento de que aislarse, a la hora de sentir emociones como la rabia o la tristeza, signifique independencia. Desde pequeños, a los hombres se les enseña que ‘solo las niñas lloran’, que solo deben desahogar sus emociones jugando fútbol o practicando cualquier otro deporte que demuestre que la fuerza y la resistencia van por encima de cualquier sentimiento. Que sí o sí tienen que resolver sus problemas solos. Es así como la ira, el orgullo y el ego (sentimientos mucho más aceptados socialmente para ellos) pasan a ocultar la vulnerabilidad y el miedo.
Y es entonces que, tiempo después, al momento de enfrentarse a la conversación durante una primera cita, esta se convierte inevitablemente en una canalización de todas esas emociones reprimidas durante años. Los hombres le huyen a la posibilidad de hablar con un profesional, lo que termina en que la primera cita se convierta, muchas veces, en una primera terapia donde las inseguridades, el egocentrismo, el aleccionamiento o incluso la exageración reflejan una falta de gestión de las emociones y un miedo constante a lo que piensen, o no, sobre ellos.
El miedo a la terapia y sus riesgos
Según un informe de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) la cultura colombiana tradicional refuerza en los hombres la falta de autocuidado y promueve el abandono de su salud mental y física. Esto conlleva a que no involucren en su proceso personal a algún externo y que enmascaren los trastornos afectivos por medio del abuso de sustancias, el exceso de trabajo, el aislamiento e incluso la agresividad física.
Los estudios de la OPS afirman que, por ende, los hombres tienen una menor esperanza de vida, con 5.8 años menos que la población femenina. Asimismo, la no gestión prolongada de las emociones por parte de un especialista suele terminar en:
Alexitimia: la incapacidad para reconocer las emociones propias
La alexitimia es definida por la RAE como “la incapacidad para reconocer las propias emociones y expresarlas, especialmente de manera verbal”. De acuerdo a las estadísticas, la alexitimia afecta al 8% de los hombres y al 1,8% de las mujeres. Las causas están asociadas a los primeros años durante la infancia, cuando lxs niñxs aún carecen de estados mentales jerarquizados y suele ser más común la somatización de las emociones. Esto puede ocurrir cuando lxs padres no aportan una información verbal a sus hijxs, lo que resulta en que lxs pequeñxs piensen que sus emociones no pueden ni deben ser explicadas con palabras.
Es clasificada por lxs expertxs en dos clases:
Los hombres que padecen alexitimia suelen suprimir sus emociones y las sensaciones de dolor como un mecanismo de defensa. Esto a manera no solo de protección sino de negación de situaciones complejas derivadas de traumas o conflictos diversos. ¿Dónde queda entonces la importancia de inculcar desde una temprana edad una educación emocional enfocada en la deconstrucción de la masculinidad? ¿Qué tantas conversaciones sobre la salud mental se abordan tanto en los núcleos familiares como en los educativos?
Mi posición como mujer frente a este tema se basa en las experiencias vividas dentro de una sociedad patriarcal y como parte de una generación muchas veces carente de espacios reflexivos. Gracias a la ciclicidad que atravesamos las mujeres (y por supuesto, a la capacidad que tenemos de buscar entenderla) hemos aprendido a cuestionarnos a través de la colectividad, a mirarnos desde el interior. Los hombres, por el contrario, suelen revisarse desde el exterior, de manera individual y desde su propia linealidad: aún hoy en día se miden a sí mismos con la vara de la fuerza externa, del dinero, de la virilidad y de la capacidad de ocultar sus verdaderas emociones en actos como proveer, trabajar y cumplir metas impuestas por la sociedad. La pregunta con la que cierro esta vez es: ¿cuántas primeras citas fallidas serán necesarias para tomar la decisión de ir a terapia?