Los placeres de llegar a cierta edad

 

Por: Camilo Jiménez Estrada

Director de Bacánika y de Bienestar Colsanitas.

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Llegar a cierta edad tiene ventajas y desventajas, como sucede con cualquier edad. La clave para uno disfrutar el momento en que se llega a cierta edad es aceptar el hecho, apropiarse de esa etapa de la vida. No pelear contra eso. Parece una obviedad, pero no lo es: todos hemos visto por ahí a personas que se resisten a llegar a cierta edad. Que no lo aceptan. Señores que actúan como muchachos, señoras que viven como cuando tenían 19. 

Son esos señores que hacen una torpe gambeta frente al equipo de fútbol de su hijo, o, guácala, le coquetean a las compañeras de universidad de la hija. Es la tía que en las novenas parcha con los sobrinos y le echa el ojo al amigo guapo del primo. Es eso que antes llamábamos “cucho sollao” o “cuchibarbie”. Al llegar a cierta edad hay que evitar a toda costa convertirse en “cucho sollao”. O al menos eso creo yo. 

Ahora bien, ¿cuándo se llega a “cierta edad”? Es difícil precisarlo, pero según mis observaciones sucede en algún momento entre los 46 y los 55. A ver. A los 40 uno todavía aguanta, literal y metafóricamente hablando. Pero hacia los 45 la vida empieza a pesar un poquito más y se comienza a notar esa cierta edad, tanto por dentro como por fuera. 

 

 

Conversando con un amigo mayor y sabio, le dije que a partir de los cincuenta me habían empezado a aparecer un montón de problemitas pendejos —y serios— de salud; como que sentía que todas las semanas llegaba algo nuevo que me hacía consultar al médico o al doctor Google: un dolorcito, una mancha, una molestia, un miedo… Mi amigo sabio y mayor me contestó con esta verdad: “a partir de los 50 uno paga TODO. Todo lo que hizo y todo lo que no hizo”. Hizo énfasis en todos los “todo”.  

Esas molestias físicas y a veces metafísicas son las desventajas de llegar a cierta edad. Si uno las asume con humor y buen tono y las enfrenta de manera sensata, puede dedicarse a disfrutar de los placeres que tiene llegar a cierta edad. Que son intensos e inmensos y que podemos reunir en dos, para no hacer de esto un tratado. 

 

 

El primero sin dudas es que sabes exactamente qué te gusta y qué no, y actúas en consecuencia. Esto aplica para las drogas y para los zapatos, en la mesa y en la cama. A veces en la vida uno sabe que algo no le gusta, pero no actúa en consecuencia. O toma una decisión frente a algo que cree que le gusta, y después resulta que no le gustaba tanto, que se dejó deslumbrar por las apariencias. Saber exactamente qué te gusta y qué no, y actuar en consecuencia, te ahorra mucha energía. Y tiempo. Y dinero. Y dolor. Pero eso solo se sabe y se aplica cuando uno llega a cierta edad. 

El segundo tiene algo que ver con el anterior, y para decirlo fácil, es que aprendes a decir que no, y usas ese aprendizaje en todo momento y circunstancia que puedas. A cierta edad dices “no”, sin remordimientos, a experiencias, personas, momentos, batallas. Es a cierta edad cuando dices “no” y te quedas tan tranquilo, sigues con tu vida porque ya sabes qué te gusta y qué no, y actúas en consecuencia. Por eso uno a cierta edad está un poquito más solo, pero también está más feliz. Tenía mucha razón nuestro premio Nobel de literatura cuando dijo que “el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”.  



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