Hace 10 años, el 22 de diciembre de 2011, un grupo de psicólogos y terapeutas sexuales en Estados Unidos propusieron celebrar el primer Día del Orgasmo Global por la paz. La idea era que por un día las personas del mundo tuviéramos muchos orgasmos y cada uno estuviera dedicado a la paz mundial y a la resolución de conflictos.
Por: Andrés Salazar
Al orgasmo se podía llegar solo o acompañado, y en cualquier lugar, lo importante era “canalizar conscientemente la energía orgásmica para lograr un cambio positivo energético de la Tierra […] La energía que desprende un orgasmo combinada con la visualización positiva podría ayudar a reducir los niveles mundiales de violencia, odio y miedo. Es un don biológico que debemos aprovechar», expresó en su momento Victoria Sinclair, una de las líderes de la iniciativa.
Linda campaña, para qué. ¿Venirse por la paz? Tal vez eso habría funcionado más que todos los esfuerzos fallidos por lograr un acuerdo en este país (cosa que me parece bien triste además, a pesar de los esfuerzos, pero no queremos hablar de eso). Han pasado 10 años, y la campaña no tuvo muchos frutos, lastimosamente.
Más allá de la campaña por la paz, que igual no es nada más que algo simbólico (o en serio creen que venirse va a lograr la paz del mundo), me puse a pensar sobre los orgasmos que me da la comida y no el sexo, porque sí, relaciono el sexo con el acto de comer (no me pregunten cómo llegué ahí).
Dejemos algo claro, aprovechando el 22 de diciembre como el día que habría sido el Día Mundial del Orgasmo: El orgasmo producto del coito está por encima de los orgamos productos de la comida, pero, podrían compararse y hasta igualarse en algún momento.
Díganme si oler, ver y morder un pedazo de chicharrón recién salido de la paila, crocante, con sal y limón, no es un orgasmo. Claro, tiene que ver con la generación de dopamina en el cerebro, es un proceso químico, como el de venirse, y claro que libera energía (no la suficiente para la paz mundial pero ajá).
Sentir que el hojaldre se quiebra en la boca y se mezcla con crema inglesa y arequipe es un orgasmo que solo las milhojas no hacen sentir. Echarle arroz a los fríjoles, picarle aguacate, echarle carne en polvo, plátano maduro, morcilla, chorizo y papitas ripio… ¡Gemidos!
O qué me dicen abrir una lata helada de coca-cola y bajarse hasta la mitad (hasta que la frente duela). Ese mismo orgasmo lo causa una cerveza o una cola y pola en medio de un guayabo con una sed de mil demonios.
Así como en el sexo hay orgasmos a medias o fingidos, en la comida también. Por ejemplo, cuando en la casa de la suegra hacen fríjoles pero sin garra, todo bien pero hay que fingir que está ultra delicioso y que son los mejores fríjoles de la vida.
O cuando, después de que su amigx le gasta empanadas, resulta que se acabó el ají o solo están rellenas de papa, sin carne… Es decir, gracias, pero ajá, no siento nada, pero en la buena.
También están los miniorgasmos, esos que no sabe uno si de verdad se vino, pero sintió rico, pero le faltó más, pero es confuso. Como morder la punta de un chocorramo y que esté crocante; Que el buñuelo salga siamés; Que el hojaldrado esté recién salido (pero queden solo 3); o que le haya quedado pega en ese arroz (jueputa cómo es de rica la pega).
Y ni hablar de esos orgamos de despedida, esos que uno sabe que no volverá a sentir (con esa persona, por lo menos). Como cuando uno va a entrar a dieta y se come la última mazorcada mixta con adición de tocineta y bollo limpio; O esa última caja de 6 donuts de chocolate pues el médico te las prohibió…
El universo de los orgasmos gastronómicos es tan amplio como el de los coitales. Por eso, hoy, en el NO Día Mundial del Orgasmo, celebremos todos los tipos de orgamos y les invitamos a tener muchos, no por la paz mundial, pero sí por la paz mental.