El pastel de yuca, una obra majestuosa que fácilmente podría llegar a ser «el rey» de los fritos dentro de la vasta gastronomía colombiana.
Por: Diego Dueñas
Ser colombiano, dejando un poco de lado todo lo que eso histórica, política y culturalmente implica, es tener una valiosa oportunidad y es la de disfrutar de una vasta diversidad gastronómica con mezclas de sabores que, según cada comensal, resultan agradables o no al paladar.
En este país (y sobre todo en la región Caribe colombiana) los denominados fritos son esos “pasabocas” o comidas “ligeras” sumergidas en fritura líquida o aceite que se consumen para engañar al estómago cuando el hambre se hace presente pero aún no hay plato fuerte a la vista.
Empanada de carne, de pollo, de papa, de arroz; papa rellena; arepa ‘e huevo; carimañola; buñuelo; esas son algunas de las variedades que se encuentran en este selecto grupo de comidas “callejeras” colombianas. Sí, digo callejeras porque si bien hay negocios y restaurantes enfocados en vender únicamente este tipo de alimentos, también, en las ciudades principales del país, por ejemplo, no es necesario recorrer más de 3 calles para encontrarse con al menos una persona vendiendo esos manjares fritos.
Los fritos hacen parte de la idiosincrasia de nuestra cultura. Generalmente, de lo que más se escucha hablar es de la empanada porque es la más famosa de toda esta familia de comidas. Por la calle uno se topa con empanadas de todos los sabores, los que se pueda imaginar, pero, con conocimiento de causa y arriesgándome a que muchos de los lectores no estén de acuerdo con mi posición, en la Región Andina se prepara un manjar que muchas veces dejamos de lado y no le damos la importancia que realmente merece: el pastel de yuca.
El pastel de yuca es una mezcla entre yuca (obviamente), arroz, huevo, carne y arvejas (en algunos casos). Su preparación consiste en pelar la yuca, lavarla y ponerla a cocinar aproximadamente 45 minutos hasta que esté blanda. Después, con la yuca se hace una masa hasta tener una mezcla homogénea, para posteriormente introducir el contenido (carne, arroz, arvejas, etc.) dentro y freír en aceite muy caliente hasta obtener esa maravillosa textura crocante.
Si bien el pastel de yuca ayuda a pilotear cualquier estado de embriaguez, no podemos limitarlo solo a esos momentos, es decir, imagine desayunar dos pasteles de yuca, buen ají, buena salsa y la bebida de su preferencia; o acompañar un buen caldo de costilla con un deliciosos pastelillo de estos, eso también es algo que muchos, por no decir todos, disfrutamos con el alma.
La historia con este alimento no es nueva. Me enamoré del pastel de yuca cuando era muy pequeño. Una vez, al local de cabinas telefónicas e Internet que tenía mi mamá, llegó una vecina preguntándole si podía poner un carro de empanadas afuera, ya que era un sector transitado y posiblemente las ventas serían buenas. Mi mamá, con la camaradería hacia el prójimo que la caracteriza, accedió con gusto y desde el otro día el carro de la veci ya tenía un lugar en la entrada.
Yo era un niño y nunca he tenido límites (mucho menos gastronómicos), por esa razón podía fácilmente comerme 10 pasteles de yuca al día sin remordimiento alguno, pero no me dejaban. Mi mamá, por darme gusto, me dejaba comer un solo pastel al día, el cual, realmente me sabía a gloria (pero no a pastel gloria, me sabía a felicidad).
Desde ahí empezó mi pasión por probar cuánto pastel de yuca se me atraviesa. He probado de todos, inclusive, alguna vez al salir de la universidad, compré uno en un lugar que no conocía, y para mi sorpresa, el contenido de su interior era lechona. ¡¿Puede creerlo?! Un pastel de yuca con relleno de lechona. En ese momento me sentí en el paraíso.
Tengo que aceptar que hasta el momento en el que estoy escribiendo esta columna, me considero una persona completamente fanática, amante y defensora del pastel de yuca recién salido del aceite hirviendo, porque algunas veces me he encontrado con pasteles “recalentados” y, por la textura de la yuca al ponerlo en el microondas, no es muy recomendable que digamos.
Y como dice el título de este texto, considero que el pastel de yuca es una obra infravalorada de nuestra gastronomía. Por favor, valoremos y comamos más pasteles de yuca. Dense la oportunidad de sentir sus texturas, no existe ninguna como la de esa corteza, dorada y caliente; sus explosiones de sabor en el paladar, su untuosidad al contacto con el ají o la salsa blanca. La empanada sí, es la reina, pero el pastel de yuca puede ser el rey.
Esta es una reivindicación al pastel de yuca y una invitación a que, si no los ha probado, vaya y lo haga, podría desbloquear otro nivel gustativo que no sabía que tenía. ¡Y que se joda la culpa!