Por: Mariana Ordoñez
Desde pequeñxs a muchxs nos enseñaron que cada una de las etapas de nuestra vida debe ser exitosa: el matrimonio, el tener hijxs, terminar la universidad, poseer bienes materiales, el reconocimiento, la adaptabilidad a las redes sociales, la salud mental y un millón de cosas más son sinónimo de triunfo. Nuestro mayor miedo como seres humanxs es el fracaso, y el esconder cada una de las metas no logradas solo refleja la necesidad que tenemos de ser suficientes para lxs demás.
La palabra éxito viene del latín “éxitus” que significa: salida, fin, término. Quizá nos hemos equivocado al pensar que solo cuando demos por terminado un objetivo, y alcancemos el éxito, seremos verdaderamente libres. ¿Lo importante es el fin? ¿Dónde queda la fascinación por el recorrido? ¿Para qué queremos lo que queremos?
Si nos detenemos a pensar por un momento en algo que deseamos mucho como, por ejemplo, tener una relación amorosa, podríamos responder que la queremos porque preferimos estar acompañadxs que en soledad. Pero, si vamos un poco más allá, también podríamos responder que queremos a alguien para sentirnos amadxs, protegidxs, apoyadxs e incluso validadxs.
Y ahí está el punto: no es alcanzar la meta lo que realmente deseamos, sino la emoción que eso nos produce. En este caso, podría ser común escuchar un “sólo hasta que encuentre a alguien, seré feliz y me sentiré realizadx”. Pero la realidad es que pasamos nuestros días esperando a que algo en el exterior cambie, a que ese objetivo que tanto anhelamos suceda, solo para sentirnos como lo deseamos. Nos cuesta amar la vida tal cual como se nos presenta.
El miedo como mecanismo de defensa
Según los estudios, el cerebro suele centrarse más en lo negativo por supervivencia. Asimismo, genera anticipaciones negativas y se enfoca en situaciones infortunadas del pasado para poder protegerse del mundo exterior y futuras experiencias. Muchas veces nos es imposible alcanzar el bienestar porque no fuimos educadxs para ser felices y, a su vez, porque la mente suele posarse en aquello que nos falta y no en lo que ya tenemos. El cerebro se encarga entonces de mantenernos vivxs y de cubrirnxs frente a las amenazas, pero la tarea consciente de proyectarnos de manera sana y de recurrir a pensamientos positivos en el día a día depende enteramente de nosotrxs mismxs.
La psicología define que el miedo al fracaso está condicionado principalmente por tres factores:
El éxito o el fracaso se convierten en una definición, en una forma de clasificarnos a nosotrxs o a lxs demás. Pero entonces, ¿quién define lo que es un fracaso? Nos cuesta tanto entender que fracasar no es igual a cometer errores. Que la vida es un constante ensayo-error con sus distintas aristas y que la belleza de la imperfección también nos impulsa hacia adelante, que los errores también son escalones, que no está mal si nuestro camino se labra al dar un paso adelante y dos hacia atrás. ¿No podría entonces el fracaso convertirse en una nueva posibilidad, en una forma de éxito?
La sociedad se ha encargado de medirnos a todxs con la misma vara, y la cosa se complica en el momento en que decidimos creer que así debe ser. ¿Dónde quedan los contextos sociales de los que formamos parte tanto como individuos como en colectivo? El discurso del éxito no debería llevarse igual para cada persona. El simple hecho de haber nacido en determinada familia, con determinadas condiciones económicas y sociales por supuesto que de alguna u otra manera influye en las metas que podamos alcanzar a corto o largo plazo.
No con esto se pretende cortar las alas de lxs soñadorxs ni mucho menos. Claro que cualquiera puede alcanzar el éxito que se proponga, pero el tiempo que eso conlleva y las circunstancias que se presenten también pueden llegar a ser incontrolables. Asimismo, para las generaciones de hoy en día es mucho más complejo alcanzar el éxito que tenían las personas mayores: estar en un mismo trabajo por 10 años, tener más de 3 hijxs y una familia unida, poseer bienes como fincas, casas, carros y demás para muchxs ya no es una prioridad.
El sueño de alcanzar el éxito
Tal vez el éxito se ha convertido en algo ilusorio, en un lugar común y transitorio que decidimos subir constantemente a Instagram y otras redes sociales. ¡Y qué irónico que el formato se llame “historias”! Solo nosotrxs mismxs decidimos qué mostrar y cómo contar nuestra historia; porque al menos esa parte siempre estará bajo nuestro control. El éxito se resume también entonces a un café aesthetic, a un buen restaurante, a la cantidad de viajes que realizamos en un año, a una relación estable, a logros labores y al sentido de pertenecer a cualquier parche o grupo de personas como una forma de aceptación colectiva.
Un estudio de Cifras y Conceptos demostró que el 93% de lxs colombianxs tiene alguna meta que no ha podido realizar. Según los hallazgos, el 53% de la población teme no cumplir sus sueños por miedo al fracaso, y la cifra aumenta a un 60% en el caso de lxs millennials. Algunas de las razones que también predominan son: quedar mal frente a lxs demás y el no llegar a ser lo suficientemente buenx para alcanzar el éxito.
Sin lugar a dudas le tenemos miedo al fracaso porque tememos vernos vulnerables. Nos resistimos a ver que cada error cometido, cada relación fallida, cada dolor, cada despido y cada cambio solo nos ha llevado a ser quienes somos ahora, a aprender de nuestras decisiones, a desenvolvernos de una mejor manera al encontrarnos frente a obstáculos que se repiten.
La palabra “renunciar” -bastante asociada al fracaso- supone la imagen de dejar algo antes de terminado. ¿Qué pasaría si le damos la vuelta? Renunciemos a cambiar nuestro tiempo por trabajo, a la ansiedad, a los lugares y personas hostiles. Renunciemos a sentirnos mal e insuficientes, al estancamiento, a no cumplir nuestros deseos, a no seguir nuestra intuición.
Solo así le abriremos la puerta a la posibilidad de soltarlo todo (no tener el control también es sano). Priorizarse a unx mismx al no cumplir las expectativas de otrxs es el éxito más grande. Juguemos con la idea de que para estar arriba, muchas veces tenemos que empezar desde abajo. Y no es empezar de cero, es empezar desde algo nuevo, desde un terreno fértil que está listo para germinar nuevos sueños, nuevos objetivos y hasta una nueva vida.