Por: Mariana Ordoñez
Para nadie es un secreto: desde pequeñxs nos enseñaron que la fama y la popularidad estaban relacionadas a grandes personajes cuya vida era de ensueño. En un mundo marcado por personalidades de Disney y Hollywood, en donde las princesas excluidas (siempre perfectas, siempre intactas) necesitaban ser salvadas por el héroe (el príncipe, la estrella), nos hicieron creer a lxs mortales que sus características estaban relacionadas de alguna u otra manera a la vida común y ordinaria, esa que casi todxs vivimos.
Así pues, personajes ordinarios se convertían en algo extraordinario e insólito, cargando siempre una que otra marca de “normalidad” que los hiciera siempre cercanos a nosotrxs. Desde Superman y Alicia en el país de las maravillas, hasta Marilyn Monroe o Elvis Presley, personajes ficticios y reales dejaban cada vez más de ser seres inalcanzables para convertirse en personas de carne y hueso.
La palabra “ídolo” es descrita por la Real Academia Española (RAE) como “imagen de una deidad objeto de culto” y “persona o cosa amada o admirada con exaltación”. ¿De dónde viene esa necesidad de deificar a ciertos personajes para alabarlos colectivamente? ¿Acaso es inherente al ser humano anhelar estándares de perfección? ¿Qué tanto tienen nuestrxs ídolxs para que se conviertan en figuras intocables?
De la cultura fan a lxs ídolxs caídxs
Sin lugar a dudas, para que existan ídolxs deben existir personas que idolatren. Y es aquí donde entra la cultura fan. El sociólogo John Brookshire Thompson explica cómo el fenómeno fan debe tenerse en cuenta como un hecho social surgido en contextos cotidianos en donde diferentes personas pueden experimentar de manera pasional u obsesiva sus aficiones. Todxs podemos ser fans en algún momento de la vida y, asimismo, organizar nuestra existencia según el seguimiento habitual de aquellas aficiones como: una banda, un equipo de fútbol y un actor o actriz de cine. El punto está en que, según Thompson, el acto de ser fan se basa precisamente en “relaciones de familiaridad no recíprocas con personajes famosos”.
Según distintos estudios, la mayoría de personas solemos experimentar el “ser fans” como una etapa durante la adolescencia, en donde a través de una búsqueda constante de la formación del “yo” y la necesidad de re-afirmar nuestra individualidad, podemos llegar a convertir a nuestrxs ídolxs en referentes directamente relacionados a nuestro aspecto y personalidad.
Asimismo, los fans son personas que hacen una lectura e interpretación propia de ciertos relatos dentro de diferentes industrias; lectura que permea de manera significativa su cotidianidad y, a la vez, su forma de ver el mundo. ¿Qué pasa entonces cuando aquellos personajes idolatrados cometen un error e incluso, peor aún, un delito? ¿Qué tanto podemos como fanáticxs o espectadores separar al autor de su obra en estos casos?
A mediados de 1993, Michael Jackson fue investigado por el delito de abus0 s3xu4l. En el año 2005, el escándalo se destapó de nuevo debido a la historia de un niño de 13 años. Sin embargo, el caso se ‘resolvió’ fuera de los tribunales. En 2019, salió a la luz el documental Leaving Neverland, en el que Wade Robson y James Safechuck afirman haber sido víctimas de abus0 por parte del artista durante siete y cinco años en la década de los 90. Miles de personas alrededor del mundo cancelaron de manera explícita a Jackson dentro de las redes sociales, esperando que el escándalo afectara las ventas de su música. Para sorpresa de muchxs, y según la firma Nielsen Music, pocos días después del estreno del documental, las ventas de sus álbumes aumentaron en un 10%. A su vez, las reproducciones de sus videos un 6%.
Otro caso que desató millones de conversaciones es el de Woody Allen. En el año 2021, se publicó en HBO el documental Allen v. Farrow en donde su hija adoptiva afirmó haber sido abus4d4 s3xu4lmente el 4 de agosto de 1992, cuando tenía tan solo 7 años. Además, a comienzos de 1992, bastantes fanáticos de Allen se encontraban en debate debido a la historia de Farrow, en donde contaba que al entrar al apartamento de Allen para recoger un abrigo encontró una serie de desnudos Polaroid de su hija adoptiva Soon-Yi quien, para ese entonces, tenía solo 21 años. Allen tenía 56. En 1997, para sorpresa de muchxs, el cineasta se casó con su hijastra adoptiva Soon-Yi, para luego adoptar dos hijos a su lado. ¿Cómo alegar frente a quienes decidieron cancelarlo?
Y cómo no mencionar al ‘Cacique de la Junta’, Diomedes Díaz, quien ha sido considerado un Dios por miles de fanáticos, de generación en generación alrededor de todo Colombia. El 15 de mayo de 1997 el cantante abus0 s3xu4lment3 y as3sin0 a Doris Adriana Niño, una joven de 27 años cuyo caso jamás fue nombrado en la época por los medios de comunicación y su recuerdo se lo llevó el viento. Por el contrario, la imagen de Diomedes permanece intacta en estatuas, estampillas y hasta escapularios como si fuera un Santo. Y ni hablar de las más de 4.000 personas que utilizaron el número de su tumba para ganar la lotería, y de los ‘diomedistas’ que aún en el presente le rinden culto y homenaje a su partida.
A lo largo de los años se han esparcido miles de noticias como estas respecto a grandes personalidades que han cometido injusticias, actos ilícitos e incluso crímenes. La frase “se me cayó un ídolo” se convierte en una nueva tendencia y pareciese dejar ver la realidad de las cosas: no es que antes lxs ídolxs fueran de alguna manera “más íntegrxs” que ahora. Es que, como individuxs, quizás optamos por cuestionar cada vez más aquellas personalidades que están detrás de la pantalla. Porque, aunque aún hoy en día sigamos anhelando la vida de miles de influencers, actores, músicxs y grandes personalidades, sabemos anclar de una u otra forma la realidad a nuestra cotidianidad. Tener ídolxs se convierte en un despropósito para muchxs. Quizá porque los ideales de éxito ya no se traducen en dinero, fama y popularidad; tal vez las nuevas generaciones entiendan la felicidad como sinónimo de estabilidad emocional, salud y tranquilidad.