En el marco del Festival de Artes Eróticas de Medellín visitamos un burdel literario y experimentamos sus intercambios eroticoartísticos que nada tienen que ver con la práctica sexual.
Por: Alejandra Cárdenas
Todo era color rojo. A un lado podía ver camas, sillas del amor y al otro lado corsés, vestidos cortos, tacones, medias de malla.
Al fondo estaba Benévola, la madame. Llevaba puesto un vestido largo de malla, con un toque sensual y misterioso. En su cabello rojo unas rosas negras, grandes, que llamaban la atención. Sus tacones le regalaban una altura de aproximadamente 2 metros.
Imponente, erótica, con voz gruesa, pero seductora. Una drag en todo el sentido de la palabra.
Al escucharla hablar todo el mundo quedó en silencio. Su elegancia y su porte evocaba la sensación de un verdadero burdel.
Más de 50 personas la observaban y ella sin titubear presentó el primer acto. Se trataba de Ácida.
Casi tan alta como Benévola, con un abrigo negro y tacones de 15 centímetros. En una mano un cuchillo y en la otra mano un micrófono. Su talento era cantar.
Cantaba como las diosas, improvisaba, bailaba y hasta hizo uno que otro spank (para los que se preguntaban por el cuchillo). El público no dejaba de aplaudir, era casi un pecado no admirarla.
Se quitó el abrigo y debajo traía un vestido rojo, corto, escotado. No necesitó mucho para enamorar a quienes la observaban, segura de sí misma, emocionada con su cántico y mostrando su verdadero ser. Sin duda, la travesti más cotizada del lugar.
Al acabar su show, el público podía acceder a un privado por un valor de $8.000 en una de las habitaciones del burdel.
Claro está, en el privado no se vendía su cuerpo, se vendía su alma. Los artistas de esa noche ofrecían “sexo intelectual”, una experiencia sensorial, mucha literatura, cultura y, por supuesto, sensualidad.
No pasaron muchos minutos para que su agenda se llenara. Y por supuesto, yo tenía que estar ahí.
Cuando llegó mi turno recorrí un pasillo lleno de habitaciones a cada lado, en busca de la suya. Al llegar, me percaté de que no estaba sola, un hombre la acompañaba.
Observé una cama, una bañera y un tubo de pole dance, pero en realidad ella sola se encargaba de llenar la habitación.
–Voy a cantar la canción del silencio – me dijo, o bueno, nos dijo.
Me senté en la cama, mientras ella entraba a la bañera. Segundos después comenzó a quitarse lentamente la ropa. No podía dejar de mirarla, sus ojos grandes, su pelo largo y su imponente estatura lograban intimidarme.
Mientras cantaba, agarraba el tubo con tanta propiedad como si fuera suyo y me sonreía.
Luego, se acostó en la cama, junto a mí. Aclaro, no estaba desnuda, tenía un seductor traje negro que dejaba ver su pecho.
–Mírame– susurró.
Por un momento olvidé a aquel hombre que se encontraba en la habitación, estaba embelesada.
Acostada en la cama, miré el espejo que había en el techo, ella sacó su celular y tomó una foto. Aquella foto que aún guardo en mi celular para rememorar tan portentoso momento.
¿Qué es el Burdel literario?
El burdel literario es la entrada al mundo de la “pornografía literaria”, no es nada sexual, es un acercamiento a la poesía, la música, los mitos y las historias desde una perspectiva erótica y sensual.
Así lo expresó Benévola, quien además de liderar este encuentro, es una artista drag, performer, quien hace teatro y comedia.
Durante meses prepararon este evento que se realizó en el motel Los Colores y representó la clausura del Festival de Artes Eróticas en Medellín, un evento cultural y erótico que, a su vez, intentar dar un mensaje de inclusión.
No solo mujeres hacían parte de los artistas invitados, también hombres, trans y drags.
Jacob, periodista de la Universidad de Antioquia, fue uno de los performers de la noche. Con la promesa de participar de la mejor orgía de su vida, su show privado era toda una experiencia sensorial. Con música, luces, sonidos, velas, agua y una historia de su primer encuentro logró cautivar la atención durante aquellos 5 minutos.
Laura por su parte, deleitó al público con un baile de twerk en el que sus caderas fueron las protagonistas. Pero en la intimidad decidió sacar a luz los pecados más oscuros de los presentes. Una buena dosis de spank para el disfrute de los amantes al BDSM.
El burdel literario es una propuesta que se inspira en los burdeles del siglo XVI y del centro de Medellín. También tiene sus raíces en España y Argentina.
Camila, una de las organizadoras del AEFEST, nos contó que, pese a inspirarse en algo que ya existía, quisieron darle su toque. Una mezcla entre el burlesque literario y musical.
La idea principal era regalar una experiencia como si se tratase de un burdel real, pero orientado a expresiones artísticas. Por eso, implementaron la idea de los privados, algo que no se había llevado a cabo en otros burdeles literarios.
El personaje detrás de Ácida
Detrás del personaje de Ácida se esconde una artista y cantante que ya no teme exponerse al público.
Como una vieja anécdota de su vida, relata cómo antes al subirse a un escenario el público le gritaba: “loca, hijueputa”. Ella para intentar callar aquellos insultos, cantaba con más fuerza. Sin embargo, a veces no le bastaba y tenía que bajarse.
“Ya no le pongo género a las canciones que me gusta cantar, no me importa si son para él o para ella. ¡Me las soyo!“, expresó.
Ella no solo canta, también escribe sus propias canciones. De hecho, su presentación en el burdel tuvo que ser improvisada, y de seguro, nadie lo notó.
También se dedica a pintar, hace teatro, hace turismo alternativo, es modelo, activista erótica. En fin, como ella misma lo llama, es artista de tiempo completo.
Ácida es una de las consentidas del AEFEST, pues desde siempre ha participado y ha puesto en escena sus habilidades con el arte.
En el marco de la clausura del evento, asegura que superó las expectativas de los organizadores e incluso de los mismos asistentes. Al ritmo de la música se lo gozaron de principio a fin.
Al igual que un burdel convencional, se convierte en un espacio para desnudar la esencia, para escapar de la realidad y para cumplir fantasías, en este caso, artísticas.
Un espacio donde se puede ser y sentir como se les dé la gana, un lugar que no tiene cabida para los prejuicios y donde se vive el erotismo más allá de su connotación sexual.